domingo, 17 de agosto de 2014

EL CAPITÁN Y LA ANIMADORA

Hola a todos.
Este relato lo escribí para celebrar la festividad de San Valentín.
Es uno de los pocos relatos contemporáneos que he escrito. Es muy corto. No puedo escribir más de diez páginas de relato contemporáneo. Es algo que he tenido que asumir.
Se llama El capitán y la animadora. 
Es bastante romántico.
Deseo de corazón que os guste.

EL CAPITÁN Y LA ANIMADORA

             Esta historia comienza un 14 de febrero del año 2. 013 en un lugar de Nueva York.
            No se había dado cuenta de la fecha que era.
            Joan Darren tenía la vista fija en la pantalla de su ordenador.
            Su trabajo era su vida. Tenía treinta años. Vivía sola. A decir verdad, siempre estaba sola.
            El tiempo había pasado rápidamente y ella estaba ocupada trabajando. Su trabajo era lo que le permitía vivir el día, a pesar de que ella echaba en falta algo. El ambiente en su oficina aquel año no había sido precisamente romántico. ¿De qué sirve enamorarse?, pensó. Sólo se sufre.
            Una de sus compañeras acudió a su mesa llorando histérica por la mañana. A punto de contraer matrimonio con su prometido, había decidido romper con él.
-¿Qué ha pasado?-quiso saber Joan.
-¡El muy cabrón me ha engañado!-contestó la joven, al menos, cinco años menor que Joan-Se fue a Las Vegas de fin de semana para festejar su despedida de soltero. ¡Y me ha sido infiel con una golfa!
-¿Cómo te has enterado?
            Por lo visto, el muy hijo de puta había regresado con una enfermedad venérea de Las Vegas. Y se la había pegado.
-¡Ésta me la paga!-juró-¡Lo juro por mi madre que me la paga!
            Estaba realmente furiosa.
            Había una oleada de rupturas y de divorcios en la empresa. Joan casi se alegraba de no haberse casado todavía. Su jefe estaba sumido en un agrio proceso de divorcio. Dos compañeros suyos se habían divorciado. El amor eterno no existía en el mundo en el que vivía Joan.
            Los buenos momentos desaparecían apagados por la oscuridad y por la amargura que toda ruptura traía consigo.
            Joan se sintió muy sola porque, a pesar de todo lo que estaba viviendo, deseaba creer que el amor existía. Hay un hombre allí fuera esperándote, le había dicho su difunta abuela. Cuando te encuentre, no te dejará escapar.
            Pero aquel día, aún siendo el Día de los Enamorados, Joan no tenía ganas de pensar en cosas románticas. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que tuvo una cita con un hombre. Vivía sola y apenas tenía contacto con su familia, con excepción de Navidad y del Día de Acción de Gracias. 
            Tenía dos hermanos mayores y tres hermanas menores. Sus hermanos mayores estaban atravesando severas crisis conyugales. Su hermana pequeña había empezado a ir a la Universidad. Eso sería motivo de alegría de no ser porque había roto con su novio del instituto.
            Y, encima, hacía unos días, su madre la llamó dándole una noticia inesperada para ella. Se divorciaba de su padre, tras casi cuarenta años de matrimonio. En un primer momento, Joan pensó que se trataba de una broma, pero no era así.
-Hay otra mujer en la vida de tu padre desde hace cuatro años-le confesó su madre-La quiere y quiere vivir con ella.
-¡No puedes estar hablando en serio!-se escandalizó Joan, quien se enteró de la noticia mientras iba conduciendo.
            Por suerte, tenía conectado el manos libres. Sin embargo, la noticia la impactó muchísimo. Cierto era que sus padres, al menos, desde que ella se marchó a la Universidad, habían dejado de ser un matrimonio amoroso. Discutían, pero Joan creía que aquellas discusiones formaban parte de la rutina de una pareja cuando llevaban tantos años juntos.
            Por lo visto, estaba equivocada.
-Hay otra cosa más que debes saber-añadió su madre.
-Me estás empezando a asustar-afirmó Joan.
-Hay otro hombre en mi vida. Llevamos viéndonos desde hace un año. Nos queremos.
            De pronto, la visión que tenía de la vida de su familia era un miserable engaño. Joan se sintió aún más sola. Sus padres habían iniciado los trámites de divorcio. Sus abuelos, por suerte, hacía años que habían muerto y no podían escandalizarse.
            Pasaron por su cabeza momentos de su niñez. En aquella época, cuando se celebraban barbacoas en el jardín de su casa en Avon, mientras jugaba con sus hermanos y con los hijos de sus vecinos, Joan había sido una niña feliz que confiaba ciegamente en la bondad que creía que imperaba en el mundo. Al llegar a la adolescencia, se convirtió en una chica romántica. Su primera vez fue en el interior del coche del padre de su novio de aquella época, Ian. Él también era virgen. Se mostró bastante torpe. La besaba metiéndole demasiado la lengua. Pero eso no le importó mucho a Joan. Lo amaba de verdad.
            Fue Ian el primer chico que la besó en los labios. Poco a poco, Ian fue aprendiendo a besarla y a acariciarla como debía.
            Fue una relación prototípica. Iban juntos al cine. Salían a tomar algo. Ella animaba los partidos de rugby.
            El capitán y la animadora, pensó con cierta nostalgia.
            Al verla en la actualidad, nadie habría dicho que hubiese sido una animadora.
            Vestía de manera adecuada con el trabajo que desempeñaba. Entró en el equipo de animadoras incitada por su mejor amiga, quien era la capitana.
            Joan superó las pruebas. Por aquel entonces, era una chica a la que le gustaba vestir a la moda. Algo coqueta…Tenía la sensación de que habían pasado siglos desde aquella época. Era una adolescente. Su mayor preocupación era tener un plan para el fin de semana. Cualquier cosa le valía, excepto quedarse en casa. Ir a dormir a la casa de alguna amiga. Salir con chicos.
            O, incluso, ir a ensayar con el equipo.
            Joan era buena animando. Y eso atrajo la atención del capitán del equipo de rugby.
            Sabía que a él se le iban los ojos tras ellas cuando lucía el uniforme de animadora. Tenía la sensación de que habían pasado siglos desde aquella época.
            Eran otros tiempos y, muy a su pesar, Joan los echaba de menos. Echaba de menos el estar acompañada por sus padres y por sus hermanos. Su época de adolescente…Cuando al mirarse en el espejo y encontrar que tenía un grano en la mejilla era motivo de tragedia.
            Recordaba su habitación. Siempre estaba desordenada. Su madre la regañaba por ello. Joan le decía que no era una habitación desordenada. Simplemente, la tenía a su gusto. Nada más…Su apartamento era de estilo minimalista. Menos cosas que desordenar y que ordenar. Menos problemas…
            Las personas que vivían en Avon, al menos, hasta donde Joan recordaba, eran hospitalarias. Se preocupaban por el prójimo. Su madre hacía tartas que llevaba a las vecinas cuando iba a visitarlas porque las encontraba un poco tristes.
-¿Quieres que te acompañe?-se ofrecía Joan.
-De acuerdo…-contestaba su madre-Le agradará verte.
-¿Qué le pasa?
            Entonces, Joan creía que su madre obraba de aquel modo por amabilidad, aunque no tardó en descubrir que lo que quería era cotillear.
            Por aquella época, Ian empezó a acercarse a ella, no sólo en los entrenamientos. También se le acercaba en los pasillos del instituto. Una vez, al abrir su taquilla, Joan se encontró con una rosa roja y fresca y con una nota llena de frases bonitas que la conmovieron. Ian fue el autor de aquella nota. Y había sido quien le dejó la rosa dentro de su taquilla.
            Ella fue a buscarle cuando se dirigía a entrenar.
-¿Por qué lo has hecho?-quiso saber.
-Quería hacerlo-contestó Ian.
            A pesar de que era el chico más popular de todo el instituto, Ian era bastante tímido.
-Me gustas mucho-le confesó a Joan.
            Al día siguiente, Ian se sentó al lado de Joan en el comedor, a la hora del almuerzo. Las amigas de la chica no paraban de darse codazos las unas a las otras. Indicaban entre ellas el interés que había despertado Joan en el capitán del equipo de rugby.
            Joan se sintió halagada.
-¿Te molesta que me haya sentado contigo?-le preguntó Ian.
            Joan sorbió con una pajita su zumo de sirope de fresa. Negó moviendo la cabeza. Se sentía casi como en un sueño. Pero los sueños podían darse de bruces con la realidad.
-¿Por qué te has sentado conmigo?-le preguntó Joan.
-Te lo dije ayer-respondió Ian-Me gustas mucho, Joan.
-¿Qué quieres decir?
-Que me gustaría salir contigo.
-¿Salir conmigo?
            A través de los cristales de la ventana de su despacho, Joan observó cómo empezaba a caer una fina lluvia que mojaba el suelo. Estaba en el último piso. Debería de haber vuelto ya a su casa.
            Todavía quedaban algunos compañeros suyos ocupados en hacer sus trabajos en sus ordenadores. Ninguno de ellos tenía demasiada prisa en regresar a casa. Unas casas vacías…
            Eran el mudo testimonio de lo que se estaba viviendo en la empresa. El desamor…Joan tragó saliva porque era testigo indirecto de cómo las relaciones amorosas y los matrimonios de sus compañeros y de su familia se estaban yendo a la porra. ¿Acaso el amor servía sólo para hacer sufrir a los demás?, se preguntó Joan. De ser así, no quería seguir indagando en aquel tema.
            Miró su mesa. Se sintió cansada.
            Su mesa estaba repleta de documentos que se amontonaban unos encima de otros. Trabajaba como redactora en aquel sitio desde hacía años. En un primer momento, había empezado amando su trabajo porque le permitía escribir acerca del mundo de la moda. Poco a poco, Joan se estaba desencantado con la vida y también se estaba desencantando con el amor.
            No era ninguna solitaria. Pero era cierto que tenía pocos amigos. Su vida era su trabajo. Apenas salía de su casa. Sus compañeros de trabajo la consideraban una joven muy atractiva. Pero ella no parecía estar interesada en ninguno de ellos. Se pasaba las horas muertas sentada ante su ordenador. Su vida era trabajar durante horas. Joan había tenido fama de aburrida. Sin embargo, en los últimos tiempos, parecía tener fama de sensata. Después de todo, era la única que parecía escapar de la epidemia que estaba sufriendo la oficina. Divorcios…Rupturas…
            Echaba de menos a su familia, pero también agradecía el no vivir cerca de sus padres para no recordar que su matrimonio se había venido abajo.
            Siendo sinceros, Joan se había vuelto un tanto cínica a raíz de aquella ruptura amorosa. El problema era que no quería saber nada del amor. Creía que había amado cuando era una adolescente idealista. Incluso…Seguía pensando que su primer amor había sido el de verdad.
            Su compañera acudió a verla a media tarde llorando.
-¡Quiere que le devuelva el anillo de compromiso!-le contó furiosa.
-Pues devuélveselo-le sugirió Joan.
-¡Pero es mío!
-Si no quieres saber nada de ese tío, devuélvele el anillo.
-¿Tú lo has visto? ¡Es de oro auténtico! Además, seguro que se lo dará a la guarra con la que me engañó.
            Su padre la había llamado por la mañana temprano.
            Ya vivía con su amante. Decía que había llegado el momento de presentársela. Pero Joan no estaba muy segura de querer conocerla.
            En una época no muy lejana, el trabajo había absorbido por completo su vida y la había hecho sentirse menos sola. Había estado con varios hombres, pero todas sus relaciones habían terminado siendo un completo fracaso.
            En otro tiempo, habría mirado con envidia las relaciones de sus compañeros. Todos ellos presumían de tener sólidos matrimonios. Incluso, su compañera que había roto con su novio había estado presumiendo de él hasta no hacía mucho. Pero él se largó a pasar un fin de semana de juerga en Las Vegas. Y terminó donde no debió de haber terminado nunca.
            Su compañera estaba enferma. Por suerte, se curaría porque el médico le había recetado una pomada. No era sólo la enfermedad. Era la humillación que había sufrido.
            Debían de ser casi las diez de la noche. La pantalla de su ordenador reflejaba la hora que era. Decidió que era el momento de regresar a casa. ¿Qué voy a cenar?, pensó Joan. No tenía preparado nada.
            Decidió pedir una pizza.
            Se sentaría a ver la tele mientras daba cuenta de su pizza con anchoas, que tanto le gustaba. El programa de Ellen era aquella noche. Si llegaba con tiempo, podría ver el final. Después, se iría a la cama y trataría de conciliar el sueño sin pensar en nada.
            Apagó su ordenador y se puso de pie tras haber dado a Guardar. Una compañera, una chica muy joven que había entrado a trabajar como becaria, alzó la vista. Joan se puso el abrigo. Buscó su bolso y se lo colgó del hombro. La chica se despidió de ella con un gesto. Los demás seguían trabajando.
            Triste San Valentín, pensó Joan. No hay alegría. No hay nada.
            Había otras personas que se dirigían al ascensor. Entraron junto con Joan. Fue un momento lleno de silencio en el que ninguna de las personas que se encontraban dentro del  ascensor. Joan se colocó en un rincón. Por lo visto, no era la única que se dedicaba a trabajar hasta muy tarde en aquel día que se suponía que debía de ser romántico y alegre.
            Hacía mucho frío cuando salió a la calle. Joan se arrepintió de no haberse traído los guantes mientras se rodeaba el cuello con su bufanda de lana. Se sorprendió al ver el bullicio normal en un día normal en la ciudad. Los coches que se pitaban los unos a los otros.
            Y, encima, su coche estaba roto. Por suerte, no vivía muy lejos. Pensó que era una estupidez ir al trabajo en coche cuando se está tan cerca. Pero su hermano mayor decía que, para vivir en Nueva York, necesitaba un coche.
            Joan no tenía muchas ganas de regresar a su casa. En ocasiones, sentía cómo la soledad la vencía. Luego, veía los problemas que tenían sus compañeros. Si se enamoraba, ¿acabaría sufriendo a consecuencia de una ruptura? Un divorcio… ¿Acaso podía ser capaz de enfrentarse a un divorcio?
            La gente iba y venía a su alrededor. Estuvo a punto de tropezar con una prostituta ya entrada en años que caminaba tambaleándose, borracha ya. Las luces de neón la deslumbraron. Anunciaban cualquier cosa.
            Se encontró con un mendigo que se acurrucaba en una esquina cubierto apenas por unas mantas. Joan abrió su bolso. Le dio cinco dólares. No llevaba mucho dinero suelto aquella noche.
            Había un cine abierto. Joan no quiso ni acercarse a ver cuál era la cartelera. Posiblemente, se trataba de alguna película romántica. Una comedia romántica donde el chico, al final, terminaba con la chica. No quería sufrir una indigestión por tomar tanto azúcar.
            Se dirigió a un paso de cebra. Se fijó en el semáforo. Cruzó la calle en cuanto el semáforo se puso en verdad. Tenía mucho frío. Aceleró el paso. Ya queda menos para llegar a casa y poder olvidarme de este día, pensó Joan. Del interior de una casa se oyó el sonido de una fuerte discusión. Joan se apartó porque cayó del interior de la casa un objeto. Una plancha…Oyó también otra discusión muy subida de tono.
            ¿Cómo puede la gente discutir en un día como lo es el Día de los Enamorados?, habría preguntado su abuela escandalizada de haber estado viva y de haber estado con Joan en aquel momento. Según su abuela, las personas no debían de discutir. Debían de solucionar sus problemas hablando de manera serena. Exponiendo sus puntos de vista, pero sin exasperarse.
            Los ojos de Joan se llenaron de lágrimas. No voy a llorar, pensó. No quería llorar.
            No sabía bien por dónde iba porque tenía la mente puesta en otra parte, de modo que Joan no se dio cuenta de que iba a tropezar con un hombre que también caminaba con gesto pensativo.
-Joan Darren…-oyó decir al hombre.
-¿Cómo dice?-se extrañó ella.
-¿No te acuerdas de mí?
-¿Quién eres? Me suena mucho tu cara.
-Soy Ian Thorpe. ¿Te acuerdas de mí? Crecimos juntos en el mismo barrio de Avon. No éramos vecinos. Pero nos veíamos todos los días. Fuimos juntos al colegio. Y al instituto…
            La mente de Joan empezó a retroceder hacia atrás en el tiempo mientras luchaba contra los recuerdos que empezaron a agolparse en su cabeza contra su voluntad. Ian Thorpe…
            Su mirada se encontró con la mirada de aquel hombre que le hacía volver a una época de su vida en la que había sido feliz. Él parecía estar contento de volver a verla. Le cogió las manos. Entonces, Joan lo recordó todo.
-Yo te conozco-dijo-Te conozco muy bien.
-Nos sentábamos juntos en clase-le recordó él-Te gustaba vestir a la moda. Escuchabas a los Backstreet Boys. Estabas locamente enamorada de Nick Carter. Y yo…¡Lo odiaba!
-Aún me siguen gustando los Backstreet Boys. Quizás…Ya no esté tan enamorada de Nick Carter. Pero…
            Los ojos de Ian brillaron.  Esbozó una sonrisa dulce y su rostro se iluminó al mirar a Joan. Él también lo había pasado mal en la vida. Y sentía que podía tener una segunda oportunidad.
-¡Eres Ian!-exclamó Joan-¡Eres Ian Thorpe! ¡Por supuesto que me acuerdo de ti!
-No nos hemos vuelto a ver desde que nos graduamos-dijo el hombre-Y tengo la sensación de que han pasado siglos desde entonces. Pero…Cuéntame. ¿Qué es de tu vida? ¿Te has casado?
-Sigo soltera-contestó Joan.
            Ian no había sido sólo su mejor amigo en el colegio. Su relación cambió cuando ambos llegaron a la adolescencia. La amistad que se profesaron de pequeños se convirtió en amor. Sin embargo, rompieron su relación cuando se graduaron porque sentían que no era lo suficientemente sólida como para soportar la distancia.
            Habían sido admitidos en Universidades distintas. Joan y Ian fueron demasiado inmaduros como para no intentar apostar por aquella relación. No se habían vuelto a ver desde el día de su graduación. Habían roto la noche antes. Joan recordaba con nostalgia su adolescencia. Había sido feliz. Se escribían. Solían llamarse por teléfono. Pero, un día, dejaron de hacerlo.
            Ian había cambiado. Joan lo examinó de reojo mientras se preguntaba una y otra vez el porqué tuvo que romper con él. Su cabello seguía siendo del mismo color castaño oscuro que siempre. Se le veía más fuerte y más hombre y Joan recordó que había sido capitán del equipo de rugby del instituto. Ella era animadora por aquella época. El capitán y la animadora…
            Joan se preguntó qué habrían sido de los empollones de su clase. Estarán todos casados, pensó.
            No estarán pasando solos esta noche. Y yo estoy sola. Y en el país de los divorcios y de las rupturas…
            Ian no paraba de hablar y no sabía a ciencia cierta lo que estaba diciendo porque era incapaz de dejar de mirar a Joan. Tenía las mejillas encendidas por el frío de febrero, a pesar de que la marmota Phil había pronosticado el final del invierno. ¿Qué sabía una marmota de las estaciones? Pero Joan estaba guapísima.
            Le dio un beso en la mejilla. Joan también le besó en la mejilla.
-Tienes que contarme lo que ha sido de tu vida todo este tiempo-insistió Ian.
            Joan escuchó los latidos acelerados de su corazón y Ian se preguntó si ella estaba contenta de verle. A lo mejor, se había casado.
-No hay mucho que contar-se sinceró Joan.
-Me resisto a creer que no te hayas casado porque estás mucho más guapa que cuando animabas los partidos-sonrió Ian-Vamos a tomar algo. Así, nos ponemos al día.
            Joan pensó que todo estaba ocurriendo demasiado deprisa y se obligó así misma a seguir a Ian. Él lo recordaba todo de ella. Lo guapa que estaba con su uniforme de animadora. El entusiasmo que le ponía a todo lo que hacía. Su carácter extrovertido…
            Todos los restaurantes estaban abarrotados de gente. Decidieron parar en un puesto de perritos calientes. Ian compró un perrito para él y un perrito para Joan y ambos empezaron a caminar mientras daban cuenta de ellos. Era una forma un tanto atípica de celebrar San Valentín.
-Me he divorciado-le contó Ian a Joan-Me casé al poco de terminar la carrera. Fue un error.
            No paraba de hablar. Le contó cómo su matrimonio se fue a pique en cuestión de poco tiempo. Joan le escuchaba atónita, ya que ver de nuevo a Ian había supuesto para ella algo inesperado.
-¿Por qué te divorciaste?-inquirió.
-Me enteré de que mi mujer me estaba siendo infiel con un compañero de trabajo-contestó Ian-No se lo pude perdonar. Ya nuestro matrimonio estaba bastante deteriorado.
-Lo siento mucho.
-Fue un error casarme con alguien a quien casi no conocía.
            A Joan le parecía todo demasiado surrealista.
            Ian había regresado a su vida y, por lo visto, estaba libre. A pesar de todo, los dos habían cambiado. Ian tenía que reconocer para sus adentros que algo en su interior murió cuando se divorció. Fue una boda demasiado precipitada con alguien a quien casi no conocía. Se marcharon un fin de semana a Las Vegas. Se casaron allí. Ella iba vestida como Marilyn Monroe. Él se vistió como Elvis Presley. Quien los casó estaba completamente borracho. Y la noche de bodas fue un auténtico desastre, a pesar de que ninguno de los dos era virgen.
              Luego, su mujer siempre se estaba quejando. Le decía que podía ganar más dinero si se dedicaba a hacer cirugías plásticas a las famosas que curando a animales heridos y abandonados. No entendía la pasión que sentía Ian por la Veterinaria. 
                Ian pensó que teniendo un hijo su matrimonio se arreglaría. La idea se le ocurrió a su padre. Cuando se lo sugirió a su mujer, ésta se negó en redondo. En cierto sentido, Ian lo agradeció. Tener un hijo en el seno de un matrimonio desdichado habría sido casi como una condena al Infierno a aquel niño que nunca nació. Luego...Su mujer empezó a pasar mucho tiempo fuera de casa. Y, finalmente, Ian se enteró de que le estaba siendo infiel.
            Pero, al ver de nuevo a Joan, Ian tuvo la sensación de que el adolescente alegre que una vez fue seguía vivo en algún lugar de su mente.
-¿Cuánto tiempo hace que vives en Nueva York?-quiso saber ella.
-Llegué aquí antes de Halloween-contestó Ian-Soy veterinario. Decidí venirme a Nueva York porque esta ciudad está llena de animales. Mi clínica está abierta en el barrio de Queens. Puedes venir a verme cuando quieras. O puedo ir yo a buscarte al trabajo. Sólo tengo un ayudante y la clientela es aún escasa. Me estoy dando a conocer. Tengo una página en Facebook promocionándome. Poco a poco…Espero tener suerte.
            Aquella explicación no pilló de sorpresa a Joan.
            Conocía demasiado bien a Ian. Nunca había sido el típico capitán del equipo de rugby de las películas. Tenía amigos entre los empollones. Él mismo era un empollón. Le gustaban los animales. Y procuraba no meterse en líos. Su abuela decía de él que era un buen chico. Así era. Al principio, empezaron a salir casi por inercia, porque era lo que se esperaba de ellos. Sin embargo, el amor fue surgiendo casi sin darse cuenta.
            Pero ya no eran el capitán del equipo de rugby ni la animadora.
-Me imaginaba que acabarías siendo veterinario-sonrió Joan-Tenías la casa llena de animales. Una vez, abandonaste un entrenamiento porque había un gato en el campo. Lo cogiste. Y te lo llevaste a casa.
            Ian sonrió. Recordaba a la perfección aquel día, cuando decidió que quería curar animales.
-Viniste conmigo-le recordó a Joan-Me ayudaste a curarlo. No soporto ver sufrir a un animalito indefenso. Siento que debo de hacer algo por ellos.
            Joan le devolvió la sonrisa con idéntica calidez.
-Sabía que acabarías dedicándote a eso-apostilló.
-¿Por qué dices eso?-inquirió Ian.
            La sonrisa de Joan se hizo más amplia.
-Porque llegué a conocerte bien durante los años que estuvimos juntos-contestó ella-No sólo fuimos juntos a clase desde que íbamos a la guardería hasta que nos graduamos en el instituto. Fueron años sentándonos el uno al lado del otro en clase. Comiendo juntos. Viéndote entrenar mientras yo ensayaba cánticos con mis compañeras. Saliendo juntos.
            La mirada de Joan se tornó soñadora. Tuvo la sensación de que había vuelto atrás en el tiempo. Volvía a ser la animadora del equipo de rugby. La chica que dividía su tiempo entre los estudios, ir al cine con sus amigas e ir de compras. La chica que había empezado a salir con el capitán del equipo de rugby por inercia sólo para terminar enamorándose de él.
            Ian tenía la misma sensación. Tenía la impresión de que el tiempo se había detenido cuando volvió a ver a Joan y ya casi no sentía el frío que hacía en la calle a las once menos cuarto de la noche.
            Estuvieron paseando y hablando durante horas. Unas gotitas de agua empezaron a caer y Joan decidió que era hora de volver a casa. En el fondo, no le apetecía nada irse. Se estaba divirtiendo en compañía de Ian.
            A pesar de que ya eran las dos de la madrugada, Nueva York seguía llena de vida. Aún se veía a mucha gente en la calle yendo y viniendo y no sólo a los mendigos que dormían en las aceras ni a las prostitutas que estaban a la caza de algún cliente. Los carteles seguían brillando. Pero podía empezar a llover de un momento a otro.
-¿Dónde vives?-le preguntó Ian a Joan.
-Vivo por aquí cerca-respondió ella.
-Te acompaño a tu casa. No creas que quiero hacerte nada. Sólo me apetece estar un rato contigo. Seguir recordando los viejos tiempos.
            Los dos caminaron en dirección a la casa de Joan. De pronto, los planes que ella tenía para aquella noche de pasarla en soledad se habían venido por completo abajo. Era una locura creer que la vida le estaba dando tanto a Ian como a ella una segunda oportunidad. Él también había pensado que iba a pasar una noche solo en su casa hasta que la vio.
            Aún hay esperanza, pensó Joan. No volveré a ser un cobarde, pensó Ian. Algunos locales ya habían cerrado y las parejas regresaban a sus casas a proseguir con la noche. Ian se atrevió a rodear con su brazo los hombros de Joan y la atrajo hacia así.
-¿Te molesta?-le preguntó.
-No…-respondió Joan-¿Por qué me lo preguntas?
-Me siento raro cuando estoy contigo. Tengo la sensación de que he vuelto atrás en el tiempo. 
-¿A qué te refieres?
-Vuelto a sentirme yo mismo. 
-No te entiendo. 
-Vuelvo a ser un adolescente lleno de ilusiones. Tengo muchos sueños que quiero cumplir. Y me gusta la vida que llevo. Tan sólo faltaba verte de nuevo, Joan.
            Los dos caminaron de manera lenta mientras caía una fina llovizna sobre ellos. Joan no tenía ganas de regresar a su casa, pero, muy a su pesar, le indicó a Ian dónde vivía. Se detuvieron ante el portal del edificio donde vivía Joan. Ian se inclinó sobre ella y depositó un beso suave en sus labios. Los dos debían de darse algún tiempo.
            Ella le dio un beso en la mejilla.
-Puede que haya una esperanza para nosotros-opinó Ian.
            Joan asintió cuando Ian volvió a besarla en la boca. Fue un beso más apasionado que el anterior. Joan correspondió a aquel beso. Rodeó con sus brazos el cuello de Ian y pensó que la vida les estaba dando una nueva oportunidad para ser felices juntos. O, por lo menos, para intentarlo.
            Podían intentarlo.   
            Se apartó de él.
            Joan entró en el apartamento.
            Estaba muy cansada.
            Sin embargo, no tenía sueño. Se dejó caer en el sofá. Sus ojos tenían una expresión soñadora.
            Ian y ella se habían estado besando. Se habían besado muchas veces. Era como volver a la adolescencia. Cuando estaban enamorados.
            A lo mejor, el problema es ése, pensó Joan. Seguimos enamorados. No hemos tenido éxito en nuestras relaciones. Porque nos seguimos queriendo. ¡Qué locura!
            Los años habían pasado. Pero los sentimientos habían permanecido ahí desde que se conocieron. La ruptura no pudo acabar con aquellos sentimientos. Joan sonrió de manera lánguida. En medio de una epidemia de divorcios y de rupturas, ella encontraba de nuevo el amor.
            O se reencontraba con el amor.
            No dejaba de ser curioso. Había pensado que pasaría San Valentín sola. No había sido así. Se encontró con Ian. Habían caminado por las calles de Nueva York. Habían estado hablando de sus vidas.
            Ian estaba solo. Ella estaba también sola. Sus soledades se habían encontrado.
            Ya no estaban solos.
            Ian también pensaba lo mismo. Sentía sobre sus labios los labios de Joan. La boca de Joan…Los besos que él y Joan se habían dado.
            No se sentía tan solo. Su soledad se había disipado. Se había encontrado con Joan. No volvería a dejarla escapar.


 


 
FIN 

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