viernes, 23 de enero de 2015

MI FANFIC DE "SOMBRA Y ESTRELLA"

Hola a todos.
Hace algún tiempo que leí la que muchos consideran una de las mejores novelas de Laura Kinsale, Sombra y estrella. 
Aún a riesgo de ser criticada, me pareció que Samuel, el protagonista, debió de haber terminado con lady Kai, la hija de sus protectores, en vez de con Leda. Personalmente, hasta muy el final, no se veía a Samuel muy enamorado de Leda que digamos. Existía un deseo físico hacia ella, pero no le vi demasiado enamorado. Entre él y Leda no se establecía ninguna señal de confianza. No le veía demasiado cariño. No le veía química. En cambio, con lady Kai sí que le veía mucha química.
Mi mayor deseo es ponerme en cuanto pueda a escribir un fanfic de esta novela. Es algo que tengo en mente desde hace tiempo, pero no me animaba a escribirlo.
Aquí os dejo con el argumento.
En una isla de Hawai, a finales del siglo XIX, viven los marqueses de Ashland en compañía de sus dos hijos, Robert y Catherine, a la que todos llaman cariñosamente Kai. Samuel, el protegido de los marqueses, ha contraído matrimonio con la joven Leda Etoile. Kai, por su parte, tiene un brillante porvenir. Tras adoptar al pequeño Tommy, va a casarse con su prometido, el gallardo lord Hale. Sin embargo, la desgracia se ceba sobre ella cuando Tommy fallece inesperadamente y lord Hale decide romper el compromiso. El matrimonio de Samuel y Leda empieza a ir mal debido a la falta de hijos. Samuel busca consuelo en la que él considera como una hermana pequeña, Kai. Sin embargo, un beso entre ambos lo cambiará todo.
Vienen de mundos distintos. Y Samuel es un hombre casado.
¿Tendrá futuro su relación?
Y así es como me imagino yo a esta sufrida pareja:

domingo, 11 de enero de 2015

HISTORIA DE UN ESPEJO

Hola a todos.
Y aquí llega el desenlace de mi relato Historia de un espejo. 
Espero de corazón que os haya gustado.
¡Vamos a ver lo que pasa hoy!

                               Los siglos han pasado sin darme apenas yo cuenta. Se han producido algunas grietas en mi cristal.
                               No me he roto, por suerte. Dicen que romper un espejo acarrea siete años de mala suerte a quien lo rompe. Pero acabaré rompiéndome.
                              He pasado por las manos de muchas mujeres. Se han visto reflejadas en mí.
                              Yo les he hecho ver cuál eran sus defectos. Les he cantado las alabanzas acerca de sus virtudes.
                               Mujeres de todo tipo han buscado su rostro en mi cristal. Y yo he hablado con ellas.
                              He intentado ser de gran ayuda. A través de mi cristal, he presenciado toda clase de escenas.
                              Dicen que soy un ser inanimado. Dicen que los espejos carecen de alma y de sentimientos. Pero yo os puedo asegurar que eso es falso. He podido vivir. He podido sentir. Y todo eso lo he logrado a través de mis dueñas.
                             Talía fue la que me enseñó a sentir. Ella no se dio cuenta nunca. Pero me hizo un gran favor cuando se enamoró de Set.
                            Ahora, es otra joven la que me ha comprado. He terminado en un rastrillo benéfico. La joven estaba paseando por allí. Y me compró.
                            Reaccionó con cierto cinismo cuando me escuchó hablar por primera vez. La época de los hechizos ha pasado a la Historia. Ahora, la gente se comunica a través de algo que se llama redes sociales. 
                           Pero, por algún motivo, yo sigo aquí. Cuando esa joven quiera, se verá reflejada en mi cristal. Yo podré hablar con ella. Y recordarle cuán maravillosa es.



                              Ella me escuchará. Y acabará dándose cuenta de lo valiosa que es. Tendrá que darme la razón. Como lo han hecho las otras. Porque es verdad que todas las mujeres que han sido mis dueñas eran maravillosas. Y sólo yo lo veía. Sólo ellas lo saben.

FIN

sábado, 10 de enero de 2015

HISTORIA DE UN ESPEJO

Hola a todos.
Hoy, subo el penúltimo fragmento de este relato tan atípico.
Es bastante corto, pero, aún así, deseo de corazón que os esté gustando.
¡Vamos a ver lo que pasa!

                             Finalmente, ha ocurrido.
                            Fue sin apenas darme yo cuenta. Un patricio se acercó al puesto de Talía. Se fijó en mí y decidió comprarme.
-Quiero un espejo-dijo aquel hombre al que yo no había visto nunca.
-Bueno, ha venido al lugar adecuado-afirmó Talía con una sonrisa deslumbrante-Puede admirar los espejos que hay aquí.
-Son todos muy bonitos.
-¿Y qué clase de espejo desea?
-Deseo un espejo de mano. Para regalárselo a mi mujer.
-¿Qué le parece este espejo?
-Es muy bonito.
-Es un espejo muy especial. Se lo puedo asegurar.
                            Ese espejo tan especial era yo.
                            Ocurrió todo tan deprisa que ni siquiera tuve tiempo de asumir lo que estaba pasando.
                            Creo que no sabía lo que esperaba. ¿Lágrimas por parte de Talía?
                            No me dio tiempo a despedirme de nadie.
                            Aquel patricio pagó el precio que yo costaba.
                            ¡Fui vendido como un vulgar objeto!
                            Cuando quise darme cuenta, ya iba cogido de su mano. Me llevaba boca abajo. Quise protestar.
                            Quise llamar a gritos a Talía. Pero estaba haciendo aquello para lo que fui creado. Ser un espejo. ¡Era un vulgar espejo!
                           Pero yo podía hablar. Podía hablarle a aquella mujer. No sabía cómo era. Pero sí sabía que se vería reflejada en mí. Sólo era un simple espejo con el don de hablar y de dar su opinión.
                          En cierto modo, no era tan vulgar como pensaba. Además, era ya consciente de una de las mayores perdiciones del ser humano. La lujuria...Si bien todavía no conocía a nadie que se hubiese perdido por culpa de la lujuria. ¿Talía y Set? No lo creo.

viernes, 9 de enero de 2015

HISTORIA DE UN ESPEJO

Hola a todos.
Aquí un nuevo fragmento de mi relato Historia de un espejo. 
¡Ya falta menos para que conozcamos el desenlace!
¡Vamos a ver lo que ocurre hoy!

                         Yo solía dormir en la habitación de Talía, encima de su mesilla de noche. Ya era evidente en aquella época que Set y ella mantenían un romance. Sin darme yo apenas cuenta, se habían convertido en amantes.
                         Pasaban muchas noches el uno en brazos del otro.
                         Mi cristal recogió la imagen de ellos dos compartiendo lecho. Los vi desnudos y, al principio, no entendía aquel lío de brazos y de piernas entrelazadas.    
                       Les veía, a continuación, quedarse dormidos. Set era el que acudía al encuentro con Talía.
-Le diré a mi tío que deseo desposarte-le decía-Ya no me importa nada que no sea estar cerca de ti.
                      Lo que Set y Talía sentían era amor. Yo veía de verdad amor reflejado en los rostros de ambos.
                       Se abrazaban con fuerza.
                       Set se metía en el lecho de Talía. Ella lo recibía ansiosa. Ansiosa de recibir sus caricias. Las caricias que sus manos le brindaban.
-No lo entenderá-se lamentaba ella-Dirá que sólo puedes tenerme como amante. Yo quiero ser algo más que eso.          
                           Los dos pasaban la mitad de la noche amándose el uno al otro. Se besaban apasionadamente en los labios. El uno lamía el cuerpo del otro. Se estremecían. O yo veía cómo se estremecían.
                           Sé que disfrutaban. Cuando Set besaba el cuello de Talía con sensualidad. Cuando estaban juntos. Cuando Set tomaba entre sus brazos a Talía.

jueves, 8 de enero de 2015

HISTORIA DE UN ESPEJO

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato Historia de un espejo. 
Faltan, contando éste, cuatro fragmentos para terminar. Y quiero que subir un fragmento diario.
Os invito a que sigáis leyendo esta historia tan curiosa.

                            Pasó algún tiempo hasta que fui vendido.
            A falta de tener una dueña que se mirase en mí, era Talía la que cumplía con aquel menester, por lo que, incluso en pleno mercado, me cogía para ver su rostro reflejado en mi cristal y, claro, me elevaba por los aires. Era el peor momento del día, pues temía que me soltase; acabaría por el suelo, el cristal se rompería y, entonces... En fin, el caso era que no podía tener el privilegio de sudar ni de vomitar, pero sí podía morirme de miedo, que lo único que podía hacer. Aunque, reconozco que valía la pena el mal rato. Talía era una mujer muy hermosa y, en algunos momentos, deseaba ser un espejo grande para que su cuerpo, digno de Venus, se viese reflejado en mí, tal y como se lo merecía. Creo que la primera mujer en mi vida a la que deseé fue a Talía.
            Deseaba ser el encargado de espantar a las moscas que venían a atosigarla cuando estaba en su puesto. Deseaba ser aquel gatito negro que se acurrucaba en sus pies y que le ronroneaba con dulzura. Deseaba ser uno de los pajarillos que se acercaban a comer del pan que ella le echaba para pasar el rato hasta que se acercaba algún cliente.
            Todos los días, ponía su puesto de las primeras y se sentaba en una silla a esperar la llegada de la gente. El mercado siempre estaba lleno de personas que iban decididas a comprar. Había un joven, de unos veinte años, que se ponía tocar la lira en mitad del mercado.
            Era muy conocido por allí. Confieso que me cayó bien.
            Era bastante sociable. Se relacionaba con todo el mundo. Siempre estaba riendo.
Se llamaba Set y era sobrino del Emperador. Lo hacía por gusto. Tenía una voz preciosa, pese a que se notaba que era patricio, y era la mascota de los comerciantes.
Un joven extraño…Pero a Talía le llamó la atención. Una curiosa relación se desarrolló entre ellos.
 Siempre se ponía a tocar la lira al lado del puesto de Talía. Recitaba poemas de un tal Ovidio con la lira con una maestría que me llegaba al alma. La gente se paraba sólo por el deleite de escucharle cantar. Me consta que le lanzaban monedas, creyendo que era un mendigo, pese a que sus ropas no eran pobres: vestía una túnica marrón de corte elegante que dejaba al descubierto sus piernas y parte de los muslos. Set devolvía las monedas entre risas y guiños. El personal ya no se extrañaba. ¿Cómo hacerlo viviendo en un sitio como Roma?
            Me encariñé con Set. Deseé convertirme en él. Quería que mi espíritu se encarnara en su cuerpo... ¿No hay un dicho que dice: “Ten cuidado con lo que deseas porque podría hacerse realidad?” Algo parecido iba a pasarme con Set. El único problema era que ambos no lo sabíamos.
            Set se quedaba a comer con Talía. Ella solía traer ensaladas de frutas de su casa y la compartía con el niño. Mientras comían, hablaban de sus cosas. Otras veces, callaban. Simplemente, disfrutaban de su compañía.
- Me siento más a gusto en tu compañía que el Palacio, con mis padres y mis tíos.
- Y yo soy feliz cuando estoy contigo. Eres un niño muy especial.
- Le pediré al tío Constantino que no te haga daño si se enfada sólo porque no eres cristiana.
-¡Qué encanto!
- Mi padre dice que, como el tío Constantino es cristiano, debemos todos convertirnos, aunque sólo sea por darle el gusto a él y a la abuela Helena.
- Debes de obedecer a tu familia.
- Lo sé, pero no me gusta que me digan lo que tengo que hacer y lo que no tengo que hacer; no sé si estoy preparado para dejar de adorar a Júpiter y ponerme a adorar a Cristo, como el tío Constantino y la abuela Helena pretenden que haga.
            Desde mi privilegiada posición de espejo, podía escuchar el ruido que hacían el sobrino del Emperador y la vendedora al masticar la fruta. Sobre todo, las uvas y las naranjas.
Eran tiempos de cambios. Set los sentía. Además de ser sobrino del Emperador, era un niño muy inteligente y se daba cuenta da las cosas. También se daba cuenta del miedo que sentía Talía de acabar en la arena del Coliseo por seguir sus costumbres. Si digo que se respiraba un ambiente de venganza contra los adoradores de los dioses del Olimpo por lo ocurrido siglos antes, sería exagerado, pero así era como sentía el aire que ellos respiraban. Me imagino que Talía y Set sentirían terror ante lo que estaba pasando a su alrededor, pero Talía se mantenía fiel a sus costumbres, pese a todo. En aquel sentido, se parecía mucho a Sura, que siempre se había mantenido fiel a sus ideales, pese a todo lo que había vivido. Y la quería por ello.
De vez en cuando, pasaba por allí algún guardia del Emperador. Pero lo hacía más por vigilar a Set que por espiar a Talía.
Recuerdo una conversación que compartieron Set y Talía mientras comían ensalada de fruta en el mercado un mediodía bastante caluroso:
- A veces, he llegado a creer que eres más feliz estando conmigo en este puesto que en el Palacio, con tus padres- dijo Talía- Eso me llama la atención, porque te están criando para que ocupes un buen puesto en el Senado. ¿Lo sabías?
- Lo sé- replicó Set- Y pienso que todos los miembros del Senado son unos manipuladores que desean gobernar el Imperio.
- Como todos. Dime tú si conoces a alguien que no desea ocupar el puesto de tu tío. Cariño, ya sean ellos paganos o cristianos, todos los seres humanos deseamos gobernar a nuestros semejantes y tener poder.
            Talía se había fijado en el brillo de los ojos de Set cuando los tenía puestos en ella, por encima de su plato de madera mientras comían. Era increíble la relación que había entre ellos. Como si fueran ellos madre e hijo. Cuando Set tenía que irse, había lágrimas en los ojos en el momento de despedirse de Talía. Solían despedirse con un abrazo. Ella le daba un beso en la frente o se lo daba él a ella en la mejilla. Sus conversaciones, por lo general, iban de temas trascendentales a alegres charlas sobre tonterías. Había una gran comunicación entre ellos que, lo confieso, envidiaba. No, no eran madre e hijo. Pero no necesitaban esa clase de lazos para estar juntos y ser felices.
            Me fijé en que, durante el almuerzo, Talía no dejaba de mirar por encima del puesto a la espera de algún cliente. Se me antojó que bebía del vino que se había echado en su vaso de barro demasiado rápido. Pero eran pocos los que se acercaban a comprar espejos. Los cristianos tenían (y tienen) fama de ser modestos. La mitad de Roma era cristiana. Talía se desesperaba al ver que los clientes potenciales no se fijaban en nosotros. Quizás, temían ir al Infierno si compraban a uno de nosotros. Yo lo sentía mucho por Talía.


miércoles, 7 de enero de 2015

HISTORIA DE UN ESPEJO

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato Historia de un espejo. 
Deseo de corazón que os esté gustando esta historia un tanto peculiar.

                                 Llegó el día en que nos llevaron a todos al mercado para que nos vendiera. Nos pusieron a todos unos encima de otros en una carreta, asfixiándonos, sin poder hablar ni respirar. Nos aburríamos como ostras. Lo único que podíamos hacer era pensar, intuir, soñar... En resumen, era como estar en casa de Draco, pero nos movíamos a raíz de los baches del camino y estábamos contentos (yo, por lo menos, lo estaba), porque por fin íbamos a entrar en acción apenas llegásemos.
            Finalmente, llegamos a nuestro destino. Nos esperaba una mujer que conocía ya a nuestro conductor. Pude intuir que se besaban en las mejillas. Pero sólo lo intuí porque íbamos tapados con una manta vieja. Era una costumbre de mi padre la de tapar su mercancía para que nadie viese lo que transportaba. Lo agradecíamos, porque por aquel entonces hacía mucho frío; era ya invierno.
            El viaje que hicimos desde El Baño hasta Roma duró una semana. A mí me extrañó un poco ya que se suponía que íbamos al mercado de la aldea. ¡Qué tonto era! La gente de El Baño apenas cuidaba su estética, cosa que sí hacían las personas de la capital del Imperio. Recuerdo bien que, a veces, parábamos. El hombre que nos llevaba (nuestro padre nunca viajaba fuera de la aldea porque quería estar cerca de Sura) aprovechaba el tiempo para comer algo en alguna posada y dormir en ella. No recuerdo bien si entramos con él en alguna ocasión o no, pero aún recuerdo el frío que pasé junto con mis hermanos aquellas noches.
            Recuerdo que el hombre que nos llevaba trataba muy bien al caballo que tiraba de la carreta. No supe nunca el nombre del caballo. Supongo que no era de mi incumbencia. Para guiarse mejor, se subía a lo alto de los árboles para escudriñar el camino. Antes de hacerlo, dejaba libre al caballo para que comiese. Desde la carreta, le oíamos comer y confieso que sentí envidia de él porque podía comer y nosotros no. Recuerdo que eran días de mucho sol. Sin embargo, soplaba todos los días una suave brisa que agitaba el cabello de nuestro día y hacía que el calor y el Sol fueran muchos más leves, por lo que nuestros cristales no quemaron ni la manta que nos cubría ni la carreta donde íbamos en dirección a Roma. Todo esto lo digo basándome en suposiciones, ya que nuestro guía casi nunca nos destapaba, excepto para echarnos un vistazo. Deducía por su actitud que era un hombre triste. Pese a que le vi poco, sí le vi que usaba una túnica corta de color rojo que dejaba sus muslos al descubierto. Todos percibíamos el estado de ánimo de nuestro guía, incluso el caballo.
-¿Has comido bien?- le preguntaba en un tono que pretendía ser jovial y que era más bien lastimero- Me alegro.
            Llegamos justo a tiempo. Como ya he dicho, nos recibió una amable mujer. Pude oír su voz.
-¡Llegáis justo a tiempo, corazón!- exclamó, llena de alegría. Era una voz muy dulce. Pero también era una voz sonora. Era una voz acostumbrada a gritar dado su oficio. Se oyó nuevamente el susurro de un beso y yo pensé que se lo estaban dando en la boca. Ella siguió hablando- ¿Me has traído lo que me prometiste?
- Sí, aquí los tienes- respondió el hombre que nos traía.
            Y destapó el trapo.
            Me fijé bien en el físico del hombre y de la mujer.
            Ella era la mujer más atractiva que había visto en mi vida, sin contar a Sura. E inteligente. Me pregunté como, siendo así, era una simple vendedora de espejos. Caminó delante del hombre hasta ponerse detrás del puesto. Me fijé en que tenía un paso fluido y gracioso. Allí había colocados de manera ordenadas espejos de distintos tamaños, algunos más grandes que yo. Pasó por allí una dama patricia que se quedó mirando a la vendedora con envidia. Ella tenía más clase y elegancia que muchas damas refinadas de la Corte. Llevaba puesta una túnica larga y blanca que le llegaba a los tobillos que se sujetaba por un hombro, de corte sencillo y cubría unos brazos (me imaginé que serían blancos, sin una sola peca) con un chal de color negro azabache. Tenía el cuerpo esbelto y perfecto, como lo tenía la mujer que posó para la escultura de la Venus de Milo.  
            Su cabello era de color rubio dorado. Largo…Muy largo…
 Noté que lo tenía rizado y lo llevaba recogido en un moño holgado que amenazaba son deshacerse. Le eché la misma edad que tenía Sura, aunque tal vez fuera un poco menor: treinta años.
            ¿Podía tener esa edad? Yo la veía muy joven. Quizás, no tenía treinta años.
La mujer mostraba al sonreír unos dientes tan blancos y brillantes, tan impropios de una vendedora. Tenía los ojos del color esmeralda más intenso que yo jamás había visto. Su piel la imaginaba al tacto suave y había entorno a sus ojos unas arruguillas que la hacían aún más interesante. Tenía el rostro más atractivo, hermoso y bien trazado que jamás había visto; un rostro que sólo podía ser comparable al de la diosa más bella del Olimpo: Venus.
            Lo último que podía imaginarse cualquiera era que fuera una vendedora de espejos. Parecía haber sido creada para llevar una vida de lujo en la Corte del Emperador en vez de la que llevaba. ¿Sería una dama patricia disfrazada de humilde plebeya?
            Y estaba el hombre. Lo primero en lo que me fijé fue en sus ojos de color negro y pensé que eran muy bonitos; eran unos ojos bellos, que hubiera sido la palabra que mejor los hubiese definido, con una mirada tan profunda que turbaría a cualquiera. Le sonreía con picardía a la mujer y me fijé en que el trazado de su boca era severo. Era un hombre alto. Era imponente. Tenía el porte de un patricio, aunque se dedicaba principalmente al transporte. Tenía el pelo ya de color gris, un poco largo y que se recogía en una torpe coleta. Deduje que debía de tener una edad parecida a la de mi padre, pese a que estaba mejor conservado que él. Sí tenía unos rasgos expresivos. La barba que cubría sus mejillas y su barbilla, aunque estaba mal recortada, le conferencia más... presencia a su aspecto. Miraba a la mujer con una ternura y una pasión que jamás había visto. Esto me dio a entender que estaba enamorado de ella, pero no sabía si sus sentimientos eran correspondidos, aunque algo me decía que la relación entre ellos era muy especial, tanto si eran amigos como si eran amantes. Me fijé también en que el hombre tenía una voz profunda y ronca. Tenía los brazos y las piernas firmes. Todo su cuerpo estaba bien proporcionado y era esbelto, sin un kilo de más.
            Ella le mirada arrobada, y pensé que, tal vez, también estaba enamorada, pero que, por alguna razón, controlaban sus emociones. Se besaban en las mejillas y se acariciaban el cabello con las manos y con los labios, con una ternura que a mí me pareció increíble. Me pregunté en si habrían pasado de los besos en las mejillas y en el pelo. Pensé en que era un hombre comprensivo. Y también inteligente, pues había una chispa de inteligencia en sus ojos negros. Y había amabilidad en su trato. Hacían buena pareja; si el buen Draco y Sura no podían estar juntos, por lo menos éstos sí. Había una atracción tan evidente entre ellos que era imposible pensar que sólo fueran amigos. Había algo mágico en la forma que tenían de mirarse a los ojos, lo que se dice vulgarmente como química. La imagen de hombre triste que tenía nuestro guía cambiaba en presencia de la que iba a ser nuestra vendedora. Algo me decía que necesitaban estar juntos. Sin embargo, pasaba algo que les prohibía llevar a cabo ese sueño.
            Pude ver como los demás vendedores instalaban sus puestos al lado nuestro. Debía de ser por la mañana, muy temprano, y el mercado aún no había sido instalado. La mujer iba a poner su puesto en aquel mismo instante. Lo único en lo que pensé fue la suerte que habíamos tenido de haber llegado a tiempo. Tenía deseos de empezar a ser útil desde ya. Me pregunté si nuestra vendedora sabía que yo era un espejo mágico y si iba a darme un trato de favor por ser especial.
            Sin embargo, aquella mujer sencilla con aspecto de dama patricia iba a darme unas cuantas sorpresas.
            Oía perfectamente la conversación que mantenían nuestro guía y la mujer. Charlaban de forma animada. En un momento dado, la mujer dijo:
- Mi padre me aseguró que los traerías...
            Me sorprendió que una mujer con cincuenta años tuviese un padre que estuviera vivo. Lo primero que hice fue sentir lástima por ella y pensar que había perdido el juicio.
-¡Qué pena!- me dije- ¡Una mujer tan amable y tan hermosa que esté loca! No hay duda de que la muerte del padre de esta mujer la ha trastornado. ¡Pobre! Debían de estar muy unidos...
-¡Claro que no mentía!- exclamó nuestro guía- ¿Cómo puede mentir un ser tan noble como lo es tu padre?
-¡Qué bueno es!- pensé- Le sigue la corriente.
            Pero el destino me tenía reservada una sorpresa.
- Entonces, los traes, ¿verdad?- inquirió la mujer.
- Sí, los traigo- respondió nuestro guía- Aquí están los espejos mágicos que me pediste.
            ¡Oh, Dios mío! ¡Aquel hombre y aquella mujer sabían lo de los espejos mágicos! Deduje que tenían algo que ver con Cien o con Talía. Según me enteré después, de los doscientos cuarenta espejos que íbamos en la carreta, sólo treinta y dos de nosotros éramos espejos mágicos. ¡Dios mío! No podía dejar de pensar en que no era el único espejo mágico dentro de la carreta.
- Sin duda alguna, puedo confiar en tu palabra- afirmó la mujer.
            Nuestro guía me iba a dar otra sorpresa:
- Los negocios son los negocios, hermosa Talía- Esta vez vi como le daba un beso corto, breve, en los labios a la mujer.
            Talía, Talía... Aquel nombre me sonaba de algo, pero,  ¿de qué? A medida que pude oír la conversación, me fui enterando de más cosas.
- Ha sido un placer hacer negocios contigo, Talía, y con tu padre, el temerario Cien- dijo nuestro guía.
            ¡Cien! Recordé la noche en la que Cien me convirtió en un espejo mágico. Aquella noche me habló mucho acerca de su hija Talía. Ella era la que me iba a vender. No sólo a mí, sino también a mis otros hermanos, tanto si eran mágicos, como si eran normales. Lo recordaba, pero no guardo un buen recuerdo de aquella noche. Pasé mucho miedo con los extraños rituales que Cien realizó en mi persona. Claro que una noche como aquella no era nada fácil de olvidar como uno piensa...
- No es nada- afirmó Talía- Llevo años haciendo el mismo trabajo con mi padre. Negociamos con fabricantes de espejos. Yo les prometo venderlos pregonando que son los más originales que jamás se han visto. Entonces, entra en escena mi padre, que es el que los vuelve mágicos.
- Cien ya me avisó que había algunos que eran mágicos y que había otros que eran normales. Pero... hay algo que me tiene confuso.
-¿Y qué es?- preguntó Talía.
- Yo no desconfío de tu palabra ni de la de tu padre, pero... – Vaciló. Era obvio que estaba sumido en un mar de dudas. Nuestro guía se llamaba Marco y parecía dudar de nuestra utilidad como espejos mágicos. No pude evitar sentirme insultado.
-¿Dudas ahora de nosotros, Marco?
- Verás, yo soy muy escéptico y no creo nada en los espejos mágicos. Y no creeré en ellos hasta que no me hagas una demostración de su funcionamiento como tal.
- No te culpo, amigo mío. Todas las personas con las que hacemos el trato quieren probarlos.
- Entonces...
- No hay problema. Saca uno.
            Cogió uno al azar. No sabía a ciencia acierta lo que iban a hacerle, pero me puse a temblar por él. Intenté calmarme. Quise convencerme de que no le iba a pasar nada, pero tenía tanto miedo que me resultó imposible.
            El tal Marco puso a mi hermano en las manos de Talía con sumo cuidado. Sentí que un estremecimiento recorría todo mi cuerpo.
-¿Cuál es la forma que se emplea para invocar a la magia que hay dentro de este espejo?- preguntó Marco.
- Tú te miras en él, como haría con uno normal- respondió Talía- Sin embargo, tienes que decir una frase: “Espíritu del espejo, lleno de bondad y sabiduría, muéstrame tu rostro y da contestación a mis dudas”.
            Al mismo tiempo que hablaba Talía, me fijé en su brazo izquierdo, que se movía, mientras que sujetaba a mi hermano con la mano derecha. Me di cuenta de que movía el brazo formando círculos. Su voz era serena y firme a la vez, alegre y triste, a caballo entre la antipatía, la apatía y la simpatía, con resquicios de misterio y melancolía.
            Me quedé pasmado cuando un rostro apareció en el cristal de mi hermano. Era de color verde, de forma cuadrada y tenía los mofletes un poco sonrosados. Estaba envuelto en un fondo de color negro, como si lo envolviese una nube de humo oscuro. Su imagen era, francamente, tétrica.
            Aquello me dejó sin respiración.
            Lo que pasó a continuación lo hubiera visto con los ojos bien abiertos si hubiese tenido casa. No sé cómo estaría mi cristal, pero, de haber tenido rostro, seguramente tendría una expresión de horror.
            Acto seguido, juro que oí una voz muy seria que salía, puedo jurarlo, del cristal de mi hermano.
            Era su voz... ¡la primera vez que oía hablar a un espejo!
-¿Qué es lo que deseas saber, hermosa dama?- preguntó.
- Lo que está pasando ahora, en cualquier punto del Imperio- respondió Talía.
- Veo a gente bañándose en el río, disfrutando de una velada de poesía en el palacio del Emperador, jugando, trabajando en el campo. Veo a la Emperatriz Helena Drusila rezando. Veo a mujeres lavando la ropa y a hombres arando los campos.
            Siguió hablando durante mucho más tiempo, pero yo estaba tan sorprendido que no fui capaz de seguir escuchando. Marco le escuchaba con los ojos desorbitados. Talía era la que sostenía el espejo, pero la expresión de su rostro era serena y relajada. Se notaba que estaba acostumbrada a oírlos hablar.
-¿He saciado tu sed de curiosidad?- inquirió mi compañero.
- Sí, eso era todo- respondió Talía. Acto seguido, empezó a mover el brazo izquierdo de arriba abajo mientras decía: - Espíritu del Espejo, yo estoy satisfecha, pues ya no tengo dudas. Retira tu rostro lleno de bondad y vuelve a dormitar.
            Al instante, desapareció el rostro verde que había en el cristal de mi hermano. Tras él desapareció el homo negro y el cristal de mi hermano volvió a ser transparente, como cualquiera de los nuestros.
-¿Qué te ha parecido?- preguntó Talía.
- Mentiría si te dijera que no estoy maravillado- respondió un boquiabierto Marco.
-¿Seguimos probando?
- No creo que sea una buena idea.

domingo, 4 de enero de 2015

HISTORIA DE UN ESPEJO

Hola a todos.
Aquí os traigo la segunda parte de mi relato Historia de un espejo. 
Entre mañana y pasado haré un parón en todos mis blogs para recibir a los Reyes Magos y espero continuar con este relato a partir del día 7.
Espero que os esté gustando esta historia con la que he recibido este año.

                             Al estar mucho tiempo encerrado en un cajón, lo único que me queda es recordar el pasado y evocar lo tranquila que era la vida cuando yo era aún un espejo más y vivía con mi padre, el buen Draco. Que yo sepa, nunca tuvo tratos con mujeres. La única mujer que se le conoció era Sura, pero, al estar presente en cada uno de sus encuentros, puedo jurar por los dioses del Olimpo que entre ambos no hubo nunca contacto sexual. Obviamente, como pasaba mucho tiempo metida dentro de casa y salía mucho con mi padre, la gente de la aldea solía hacer comentarios y debo de decir que la mayoría lo hacían con toda la mala intención del mundo porque entre mi padre y Sura sólo hubo una sincera amistad. Creo que mi padre era la única persona buena que Sura había conocido fuera del ambiente de la taberna y quizás, por eso, lo apreciaba más. Lo que nunca supe fue si ella había estado enamorada en alguna ocasión o si alguien la había amado, pero ella sólo conocía del sexo su lado sucio, no la pureza que trae consigo cuando se practica con amor. Me daba pena porque sólo conocía de la vida su cara más violenta. Y mi padre le aportaba el cariño que se merecía. Reconozco que llegué a quererla. De haber sido humano, me habría enamorado de ella. Era una mujer inteligente, de una sabiduría que da la vida, no los libros.
            No sé a ciencia cierta el tiempo que hacía que Sura y mi padre eran amigos. Supongo que fue desde antes de crearme porque mis primeros recuerdos son de ella dentro de la casa. Mi padre, el buen Draco, era un hombre que debía de haber sobrepasado los sesenta y cinco años. Pertenecía a una clase social que aquí se llama media, pero que en Roma era conocida como plebeya. No creo que estuviera enamorado de Sura. He oído comentarios acerca de que a mi padre no le gustaban las mujeres, sino los hombres, aunque no sé si esto era cierto o no. Lo único que sé era que muchas veces salía de casa por la noche y no volvía hasta bien entrada la mañana, con algún pedazo de túnica que sus dedos apretaban.
            Draco era muy gordo. Tenía las manos y la cara cubiertas de pecas. El cabello era gris, pero he oído que lo tenía rubio en sus años mozos. Tenía los dientes sucios, como la mayoría de los plebeyos, y los enseñaba con mucha frecuencia porque era un hombre muy risueño. También era bueno y amable con todos. Y, cosa importante, tenía fama de ser un hombre honrado.
            Recuerdo una conversación que mantenían mi padre y Sura mientras tomaban un vaso de vino. Recuerdo que ella llevaba puesta una túnica blanca que le llegaba hasta los tobillos, cubría sus hombros con un chal del mismo color y un pequeño manto del mismo color; parecía una aparición. Recuerdo que mi padre llevaba aquel día una túnica de color marrón oscuro de manga larga.
- La gente ya dice que somos amantes porque siempre vienes a verme cubierta de mantos para que nadie te reconozca- le espetó mi padre.
- Mi hombre sería capaz de... matarte si sabe que yo... –La voz de Sura se quebró ante la idea.
- Me duele la garganta de pedirte que abandones a Nodux y te cases conmigo.
- Eres un buen hombre, Draco, pero los sentimientos que nos profesamos son distintos del amor pasional; sería una unión muy desdichada.
- Sé de matrimonios que ni siquiera sienten un cierto grado de cariño entre ellos. Nosotros somos buenos amigos y yo te protegería.
- Pero, a la larga, aunque nos fuéramos de aquí y nos mudásemos a Hispania, seríamos muy desgraciados porque podría ser que yo conociera a un hombre del que me enamorase o que tú conocieses a una mujer de la que te enamorases; si estamos casados, no podríamos unirnos a aquellos a quienes amamos sinceramente, Draco.
- Eres una buena mujer, Sura; eres sincera y honrada y, tal vez, por eso, te quiero todavía más.
            Al oír aquella frase, deseé que entre ambos surgiera el amor que hacía que las personas se casasen.
- Agradezco de todo corazón tus cumplidos, pero la vida me ha enseñado a que hay muy pocas personas buenas en el mundo, ni siquiera yo soy buena- se lamentó Sura.
- Debo deducir por tus palabras, y si no me equivoco, que soy la excepción que confirma la regla; el único hombre bueno que queda en el mundo- Mi padre hablaba en tono jocoso, y Sura se echó a reír.
            Tenía una risa tan dulce, tan alegre...
- No es porque me gusta verte presumir, pero lo cierto es que tú eres una de las pocas buenas que he conocido... y a la que más quiero- confesó Sura.
            Se levantó, se acercó a mi padre, se sentó en sus rodillas, le rodeó el cuello con los brazos y le llenó el rostro de alegres besos mientras él no dejaba de reír como un chiquillo travieso.
- No somos viejos todavía, mi querida amiga, y estoy seguro de que aún estamos en edad de concebir un vástago o dos o tres si tú quieres; me siento aún joven y viril y tú eres aún una mujer hermosa que puede volver loco de deseo a cualquiera- bromeó mi padre.
- En la aldea, nuestra relación se ha convertido en la comidilla de todas las matronas plebeyas, no por nuestras acciones, sino porque somos una mujer y un hombre, con edad de ser abuelos, que se ven todos los días como si fueran amantes- apostilló Sura.
- Pero todos aquellos que nos critican deben de ser los mayores imbéciles del Imperio porque no saben que tú y yo nunca nos hemos dado un beso en la boca y mucho menos mantenido relaciones carnales, aunque aquí es lo típico.
            En nuestra aldea todos estábamos al corriente de la vida licenciosa que llevaban varios de los nobles de la Corte, pese a que Constantino, nuestro Emperador en aquel entonces, no hacía mucho que se había convertido al cristianismo.
- Pronto, el ser cristiano será obligatorio en Roma- dijo Sura, volviendo a sentarse en su silla.
- Recuerdo que, cuando era pequeño, mi padre nos contó a mis hermanos y a mí historias de cómo los cristianos eran llevados al Coliseo para que los leones se los comiesen o los crucificaban o les sometían a otras torturas- recordó mi padre.
- Dicen que la madre de Constantino, la Emperatriz Helena Flavia, la que ha tenido que ver en este cambio.
-¿Qué sería lo que halló la Emperatriz en su viaje a Belén para provocar un cambio tan radical en el Imperio?
            Dicen que la Emperatriz Helena Flavia había hallado el lugar donde nació el fundador del movimiento cristiano, Jesús de Nazaret. Por lo que sé, Jesús de Nazaret había nacido en un pesebre, pero la Emperatriz, tras descubrirlo, había decidido crear una Iglesia en el lugar en el que éste había nacido.
- Puede que termine convirtiendo al cristianismo si el Emperador decide que sea la religión oficial del Imperio- confesó Sura- y lo hago porque Júpiter y los demás dioses me han decepcionado profundamente.
- Yo nunca he creído en ellos, sino en los lares; ellos han sido siempre los que han protegido mi hogar y han mantenido a mis espejos fuera del alcance de cualquier ladrón- afirmó mi padre.
-¿Te convertirías al cristianismo si el Emperador lo ordena?
- Supongo que me convertiré, pero trataré de entender el dogma y escuchar a los maestros que la enseñan y, por supuesto, rezar mucho para que nazca en mí la fe cristiana.
            Sura terminó diciendo que ella sentía ya algo de fe, porque pensaba que era el Dios cristiano el que había hecho posible que mi padre y ella se conocieran.
            Era aún de día cuando los dos mantuvieron esta charla y en la calle se podía oír a los niños jugando y riendo, y me los imaginé jugando a perseguir a través del bosque, saltando entre los troncos caídos de los árboles... En mi fuero interno, cuando aún era un espejo normal, deseaba ser un niño, y reunirme con los otros niños para jugar con ellos.
            Esa noche, su cena se limitó a comerse un racimo de uvas cada uno y unas cuantas naranjas. La cena transcurrió casi en silencio porque, según pienso, mientras bebían se habían dicho todo lo que tenían que decirse. Entre uva y uva, juro que oí como Sura tarareaba una canción, aunque nunca supe cuál era.
- Eres encantadora, ¿lo sabías?- la piropeó mi padre.
            Ella tragó el trozo de naranja que se había llevado a la boca.
- Y tú eres un adulador maldito- apostilló Sura con una sonrisa.
            Como se dice vulgarmente, entre ellos había mucha química. Lo noté mientras cenaban.
-¿Alguna vez has estado enamorado de alguien, Draco, o no sabes lo que es eso?- le preguntó Sura.
- Por supuesto que he tenido mis historias de amor; si no hubiese sido así, me hubiese bebido un vaso grande de cicuta hace mucho tiempo- respondió mi padre.
- Pues tienes mucha suerte, amigo mío, porque yo nunca he sabido lo que es amar a una persona y que me amen como creo que me merezco.
-¡No hables así! Tienes mucha vida por delante.
- Soy una mujer que hace mucho que pasó de los cincuenta y que se está acercando peligrosamente a los sesenta, la gente escupe a su paso cuando la ve por la calle y a la que lo único que le ha dado la vida ha sido miseria, palos, abusos y mierda.
            Si algo había que odiara mi padre era la autocompasión, pero no sabía qué hacer para animar a su amiga y eso le hacía compadecerse de sí mismo.
            Sura se quedó a dormir muchas veces en casa y esa noche no fue una excepción. Pero, al contrario de lo que muchos podrían pensar, no dormía en la misma cama que mi padre. Parecerá raro, pero tenía un jergón (era lo único que tenían para dormir) instalado en el cuarto donde mis hermanos y yo nos amontonábamos. También había mantas. Sura usaba para dormir un sencillo camisón de hilo blanco largo hasta los tobillos. Mi padre le daba un beso en la frente y le deseaba que tuviera unos felices sueños  antes de irse a su cuarto. Nunca supe el porqué Sura tenía el extraño capricho de dormir rodeada de espejos ni traté de hacer conjeturas. La aldea en la que vivíamos estaba situada a varios kilómetros de Roma y la Ciudad Imperial estaba llena de personajes y hechos aún más raros que dormir en un cuarto lleno de espejos.
            Antes de acostarse, Sura pasaba un buen rato asomada a la ventana que había en el cuarto donde nos apiñábamos, con la mirada fija en un punto perdido de un cielo lleno de estrellas y en el que la Luna aparecía a lo alto.
            Luego, suspiraba, se encogía de hombros, se dirigía al jergón, se dejaba caer en él, se cubría con las mantas y se dormía profundamente hasta el día siguiente.
            ¿Tendría pesadillas con su vida pasada y presente? Esa era una de las múltiples preguntas que me acechaban mientras la espiaba dormida. Sabía que Nodux la obligaba a trabajar, pero era él el que se quedaba con todas sus ganancias. Compadecía a Sura por todo el sufrimiento por el que estaba pasando y deseaba con toda mi alma ser hombre para rescatarla del infierno que estaba viviendo. Sin embargo, cuando la veía dormir, estaba tan tranquila, tan dulce y tan serena que me parecía mentira que fuera un ser tan maltratado por la vida.
            Algunas veces, juro que la oí llorar. O puede que lo soñase. Oía unos lamentos en voz baja y unos sollozos ahogados. Sin embargo, nunca supe si era Sura que lloraba o si era algún gato que maullaba en el tejado.
            Siempre que venía a ver a mi padre, Sura se limpiaba todo el maquillaje que llevaba en la cara y estaba mucho más guapa. Pero dormida, sus facciones se serenaban y se dulcificaban de tal manera que la hacían mucho más bella y yo pensaba que la mitad de las damas patricias del Imperio hubieran matado por tener una piel tan tersa y delicada como la de ella. Unas espesas y claras pestañas ocultaban sus ojos claros. Solía dormir con el pelo suelto, lo cual le daba un aire aún más conmovedor. Las manos eran pequeñas, pero tenían unas arrugas que demostraban el sufrimiento que vivía.
            En una ocasión, se fueron a dar un paseo. Los dos vestían unas largas túnicas rojas y ella iba velada, como de costumbre. Me imaginé que iban alquilarían una litera que dos fuertes esclavos llevarían sobre sus hombros y que darían un paseo triunfal por las calles de la aldea, como si fueran el Emperador Constantino y su esposa. La gente se quedaría atónita al verlos pasear por la calle como si hubieran llegado a lo más alto y sentirían una profunda envidia por ellos o un profundo dolor por haberlos insultado debido a las supuestas inclinaciones sexuales de mi padre y al triste trabajo y al horrible pasado de Sura. Supuse que descorrerían las cortinas moradas que adornaban la litera y, mientras se acomodaban en los cómodos cojines del interior, saludarían a la gente como sólo un patricio puede saludar a un plebeyo: con gran desdén. En el interior de la litera, ellos sentirían el ligero vaivén porque estaba siendo llevaba por dos siervos, pero no les importaría.
            Y pensé en lo deprimente que era que Sura tuviera que verse muchas veces reflejada en mí para arreglarse y volver a la mala vida al lado del horrible Nodux.

sábado, 3 de enero de 2015

HISTORIA DE UN ESPEJO

Hola a todos.
Hoy, empiezo a subir mi relato Historia de un espejo. 
Me gustaría poder sorprenderos con esta historia que se sale de la línea de lo que suelo escribir.
¡Me alegro de haberla terminado!

                                ¡Hola! Soy un espejo y estoy elaborado de cristal. Como ya sabéis, el cristal viene del cuarzo, o sea, del bióxido de silicio, que es un mineral que puede ser de un color o de otro y puede ser también componente de roca. Lo que quiero decir es que no tengo ni padre ni madre, ni tengo apellidos, ni siquiera un nombre. Alguien especializado se encargó de fabricarme. A mí y a muchos otros como yo. La persona que me fabricó sí que puedo decir que es mi padre y también mi madre y los demás espejos son mis hermanos. Me agrada decir que no soy único. Ahora me llaman objeto, a secas, como si no fuera otra cosa. Se creen que no sirvo para nada. ¡Y mienten! Desde que tuve mi primera dueña en el siglo IV, muchos han sido los que se han mirado y se han vuelto a mirar una y otra vez en mí tantas veces que creo que he llegado a aborrecer sus rostros y sus quejas tontas.
-¡Ay, que se me cae la toca!
-¡Ay, que no puedo asistir al banquete despeinado!
-¡Ay, que tengo un ojo morado!
-¡Ay, que me ha salido un grano!
            Pero no quiero hablar de eso. De momento.  
Soy un espejo normal, pero lo soy ahora.
            Ahora.
            Antes, no.
            Sé que no me explico muy bien, pero, verán, cuando aquella persona especializada en hacer espejos me creó, me hizo de forma pequeña y ovalada. Hay espejos de varias formas y tamaños: grandes, cuadrados, redondos... Yo salí, como ya dije, pequeño y ovalado.
            Desde que fui creado, allá, por el siglo IV de la era cristiana (me gusta mucho presumir de edad porque soy uno de los espejos más antiguos que se conservan en la actualidad porque fui creado en el año 312), desde el primer momento, yo ya sabía que había sido creado, junto con mis hermanos, para ser vendido en un mercado (antes no había tiendas modernas como las hay hoy) y que mi futuro dueño o mi futura dueña se pasaría las horas muertas delante de mí, alabando su belleza física y con un ejército de sirvientes y de doncellas retocando su aspecto.
            Ignoraba cuando iba a salir al mercado, pero estaba impaciente, ese era la verdad. Me imaginaba a mi nuevo amo (un noble frívolo que siempre anda preocupado por si se ha hecho un rasguño en la cara durante el combate o si le había salido un grano), o a una dama obsesionada por ir siempre bien arreglada y con ropa elegante.
            ¡Dios!   
            Los recuerdos que tengo de donde fui creado son más bien escasos. Estaban muchos espejos metidos en aquel oscuro y pequeño lugar. Una vez a la semana, se llevaban espejos  para ser vendidos. He sido testigo de cómo se han llevado a hermanos míos para ser vendidos. Intuía que estaban contentos de servir para algo. Allí, en aquel lúgubre sitio (hoy día es conocido como almacén), nos íbamos amontonando. Fue un período horrible. Nadie hablaba ni se miraba. Lo único que podíamos hacer era pensar, soñar e intuir.
            Sobre todo lo segundo.
            Los espejos podemos experimentar sentimientos, pero, al no estar dotados con el don del habla, no podemos hablar sobre nuestros deseos más ocultos. Yo soñaba con hablar con los humanos, con exponerles mis pensamientos y mis opiniones con respecto a ellos, con decirles si eran guapos o feos, que mirarse para verse las heridas o corregir un peinado deshecho por el viento era una soberana estupidez...
            Así muchas cosas.
            Yo no tengo nada de intuitivo, pero un día empecé a sospechar que muy pronto iba a ser vendido. Recuerdo que antes de que sospechara aquello, varios de mis hermanos se amontonaban encima de mí. Como era incapaz de decir algo, tenía que soportar aquello y sentí varias veces que me asfixiaba. No podía respirar. Fue un período que duró mucho tiempo y que fue tan horrible que prefiero no recordarlo.
            Lentamente, con el paso de los meses diría yo, noté (los espejos también pueden notar cualquier cambio que se produzca en el ambiente) como el peso que sentía sobre mí iba descendiendo poco a poco. Un día, noté como quitaban los últimos espejos que quedaban encima de mí. Sentí una sensación de alivio y pude respirar a gusto, sin asfixiarme. Recuerdo que, durante aquellos días que estuve solo, sentí muchas ganas de empezar con mi humilde misión; también sentí ilusión, emoción y un millón de sensaciones.
            Una noche, antes de ser llevado al mercado, ocurrió aquello que cambió para siempre mi vida y que marcaría mi futuro. Verán, resulta que el hombre que me fabricó volvió a su casa, mi padre, volvió a su casa y dejó cerrado aquel lugar. Si aquel sitio era oscuro por el día, lo era aún más por la noche. 
            El caso es que oí un ruido y me sobresalté. Pensé que era un ladrón. Había oído hablar mucho robos y de asaltos a casas y a sitios como el taller de mi padre.
            Luego, me tranquilicé. No era cuestión de ponerme paranoico. Mi oído era, por aquel entonces, muy limitado. Pensé que habría sido el viento, aunque aquella noche no soplaba ni una gota de brisa.
            Recordé una charla que mantuvo mi padre con Sura. La recuerdo como una mujer que llevaba un vestido rojo muy llamativo e iba pintarrajeada. Debía de tener unos cincuenta años ya largos y era aún espectacular y hermosa. Vivíamos en una aldea situada  a pocos kilómetros de Roma. Era una aldea cuyo nombre en latín no me acuerdo, pero sí recuerdo su traducción a la lengua romance: El Baño. Aún se creía allí en los dioses del Olimpo y en algunos dioses romanos. A Sura la llamaban los vecinos ramera porque decían que se acostaba con los hombres por dinero. Una forma muy suave de llamarla puta. Pero el caso es que Sura era muy amiga de mi padre. Venía mucho por su casa. A mi padre lo recuerdo como un hombre de unos sesenta años, aún atractivo y fuerte, a pesar de su edad, soltero y sin más hijos que sus espejos.
            Recuerdo que Sura era una mujer que tenía el pelo largo y liso, color del cobre, un rojo muy intenso, y que llevaba recogido malamente en un moño. Tenía los ojos muy claros, aunque no recuerdo exactamente su color. Quizás…Sus ojos eran de color gris. Gris claro…Gris oscuro…No se sabía a ciencia cierta. Era una mujer que tenía que mirar muy de cerca y fijamente, casi a tientas, a la persona con la que hablaba porque se decía que era miope. Habían aparecido en su rostro varias arrugas que ella pretendía disimular echándose kilos de pinturas, aunque, cuando estaba al natural era más guapa que cuando se preparaba para ir a la taberna. Mi padre solía definirla como una mujer muy seria. Un poco fría. Controlada en sus sentimientos. Lo había pasado muy mal en la vida. El hombre que la explotaba como prostituta también la maltrataba.
            De un tiempo a aquella parte, Sura se emborrachaba todos los días con vino en la taberna, pero siempre lo hacía al mediodía. El camarero, un tal Talos, que era de origen griego, le servía todo cuanto le pedía, pero temía a su explotador. Por lo visto, el hombre controlaba a otras mujeres, aparte de Sura, y odiaba verlas borrachas. Era un hombre violento y solía emplear el látigo contra ellas. Sura lucía una amplia gama de latigazos en la espalda por lo que pude ver en varias ocasiones.  Mientras bebía vino, ella le hacía confidencias a Talos porque era un hombre discreto y porque no quería ir a casa de mi padre estando ebria. Sura decía que su hombre obligaba a niñas de entre diez y doce años a acostarse con hombres de más de setenta años todas las noches  y temía que hiciera lo mismo con su propia hija, una niña de corta edad que había trabado una amistad muy buena con la amiga de mi padre.
- Draco insiste en que me case con él, pese a que no nos amamos; y todo porque quiere retirarme de esta mierda de vida que llevo en este asqueroso lugar- le comentó en una ocasión Sura a Talos.
            Mi padre tenía un alma cristiana pese a que era pagano en una aldea que tenía un alto índice de cristianos convertidos, y tenía la intención de salvar a su amiga de las garras del ogro.
- Nodux se enfadará mucho contigo si te casas con Draco, porque el matrimonio significa abandonar esta vida y sólo fornicar con tu marido; y tú eres la favorita de Nodux y de los clientes de este tugurio- afirmó Talos.
- Tú no sabes el Infierno que estoy viviendo al lado de ese miserable que se cree que soy de su propiedad- contestó Sura.
-¡Le odio!
            Sura bebió un largo trago de su vaso de vino y eructó.
            Sé, porque oía a mi padre murmurar sobre ello una y otra vez, que el terror era lo único que ataba a Sura con Nodux. Tengo la sospecha de que ella venía a nuestra casa a escondidas, porque siempre aparecía con el rostro y el cabello cubierto con un velo para evitar que la gente la reconociera.
- Hay gente que viene a este mundo a sufrir y a padecer y yo, tras vivir en un ambiente de miseria, con un padre que me maltrataba y dos hermanos que abusaban sexualmente de mí, creo que terminaré muriendo como una puta pobre, vieja y fea- se lamentó Sura.
            El vino le estaba haciendo efecto de una manera más rápida de lo habitual. Nodux había castigado a las chicas a estar varios días sin comida y eran varias las que habían caído enfermas.
- Pero es posible que a ti te levante el castigo antes; todo el mundo comenta que, de una manera rara y retorcida, Nodux está completamente enamorado de ti- comentó Talos.
            La idea de que el proxeneta estuviera enamorado de ella hizo que el estómago de Sura se revolviera de asco. Se sirvió más vino en el vaso y se lo bebió todo de un trago, procurando no pensar demasiado. El rumor de que Nodux estaba enamorado de ella no era nuevo, pero, ¡gracias a Júpiter!, nunca la había obligado a acostarse con él. Sura odiaba con toda su alma a aquel hombre tan miserable que, no sólo la maltrataba a ella, sino que también se ensañaba con su mujer y con su hija. La niña se llamaba Luna Primavera. Oí rumores de que Sura no podía tener hijos, un castigo de los dioses, decían. Se podía decir que ejercía de segunda madre con la niña.
            Sé de buena tinta que Sura había intentado huir en diversas ocasiones del lado de Nodux, pero era una tarea imposible porque siempre acababa encontrándola. Debo de decir que le cogí cariño a la amiga de mi padre porque era una mujer que, pese a su tragedia vital, era amena y locuaz. De haber podido, le habría suplicado a los dioses que tuvieran compasión de ella. Lo estaba pasando realmente mal al lado de Nodux. De haber podido hablar, le habría suplicado a mi padre que la cogiera en una de sus visitas y subieran a bordo de algún barco con destino a Hispania para rescatarla de Nodux.
            Un día, Sura se presentó en casa. Saludó a mi padre con dos besos en las mejillas y se fueron a dar una vuelta por el bosque, como era su costumbre. A mí me dio pena porque deseaba ir con ellos, disfrutar del aire puro que se respira fuera de casa y ver cómo era el bosque (no iban a la aldea porque mi padre no quería que los vecinos los criticaran). Me imaginé cómo sería una conversación entre ellos mientras paseaban porque Sura tenía un timbre de voz muy sensual. A pesar de todo lo que dijeran de ella, debo de admitir que apenas se entretenía retocando su aspecto y pasando las horas muertas mirando cómo su imagen se veía reflejada en mía. No voy a entretenerme haciendo un dibujo sobre el aspecto físico de Sura, pero debo de decir que ella ha sido la única mujer cuya belleza, a pesar de las pinturas que debía de llevar por su profesión, ha valido la pena que se viera reflejada en mí.
- Hace un día precioso.
- Con tu presencia se hace aún más hermoso.
- Eres un maldito adulador, Draco, ¿lo sabías?- ¿He mencionado que el nombre de mi padre era Draco?
- Sólo digo la verdad.
- Aún consigues que me ruborice.
-¿En serio?
- Eres un ser muy especial, Draco.
-¿Por mi nombre?
- Por tu nombre y por todo; eres distinto.
- No todos los hombres son malos.
            Hasta que volvían a casa podían transcurrir horas y, como no podía moverme de donde estaba ni hablar con mis hermanos, el tiempo se me hacía eterno y, puedo jurarlo, me aburría desesperadamente y deseaba el retorno de mi padre y de Sura.
            Cuando volvieron a casa, tomaron asiento en el banco que había al lado de la mesa de la sencilla cocina. Mi padre cogió dos vasos de barro y una jarra de vino también de barro, los llenó hasta los bordes, le dio a Sura uno y él se quedó con el otro.
- ¡No me puedo creer lo que me has dicho!- comentó mi padre en tono de incredulidad.
- ¡Juro por Dios que es verdad!- insistió Sura.
- Pero el palacio de nuestro señor... atacado por unos... ladrones...
- Increíble.
- Pero cierto.
- Escuché una conversación entre dos de mis vecinas.
-¡Ah! Son ese par de cotorras que sólo saben meterse en las vidas ajenas.
- Escuché que, anoche, nuestro señor dio cobijo a un grupo de viajeros que se encargó de amordazar a todo el mundo, de amenazarlo y de llevarse todos los objetos de valor.
- Te estarían tomando el pelo.
- La gente de la aldea no bromea con en estos asuntos.
-¿Y eso?
- Tienen tan poco...
- Creo que me moriría si alguien me robara uno de mis espejos.
            Vi como Sura cogía una de las manos de mi padre, se la llevaba a los labios y se la besaba con una ternura que, de buena gana, me hubiera hecho llorar.
-¡No digas eso!- le pidió.
- Cuéntame cómo fue el robo- le pidió mi padre a su vez.
- No sé mucho, tan sólo lo que le he oído decir a las vecinas de mi calle y poco más- Vi como Sura tomaba un largo trago de vino.
- Es que el castillo de nuestro señor parece tan... inexpugnable- definió mi padre.
- Pero, por lo visto, hay gente lista: alguien se coló en el castillo haciéndose pasar por un sirviente nuevo y no fue fácil ganarse la confianza de alguna criada diciéndole cuatro tonterías para llevarle hasta los lugares donde estaban sus tesoros- le explicó Sura.
-¿Y qué me dices de los viajeros que llegaron anoche al castillo?
            Sura se encogió de hombros mientras mi padre bebía un trago de su vaso de vino.
- Probablemente era el resto de la banda... no sé... - dudó.
- ¿Sospechas de alguien en particular?- le preguntó mi padre.
- De mi hombre.[1]
- Comprendo.
            Vi como la mano de Sura temblaba al coger su vaso para llevárselo a los labios.
- Es el único ser de la aldea que se me ocurre capaz de llevar a cabo un plan tan perfecto- comentó. Mi padre la miró fijamente y ella le hurtó la mirada.
- Comprendo- repitió mi padre.
- Es un granuja, un mal hombre, pero es muy inteligente, muy hábil y muy astuto; sobre todo a la hora de obligarnos a que realicemos nuestro trabajo- le explicó Sura con voz dolorida.
- Comprendo- repitió mi padre por tercera vez.
            La conversación derivó hacia las súplicas que le hizo mi padre a Sura para que abandonase su trabajo y se casara con él. No la amaba, pero la quería como a una hermana y quería protegerla de aquel a quien llamaba su hombre. Sura tampoco lo amaba, pero agradecía su oferta, aunque le tenía tanto miedo a aquel tipo que no quería abandonarlo.
- Sura, ¿por qué no nos casamos? Tú y yo nos llevamos bien y podríamos ser felices juntos.
- Porque tú no me amas, Draco, y yo tampoco te amo. No saldría bien.
- Pero abandonarías tu trabajo y a ese mal hombre... ¡No puedes seguir así!
- Es lo único que sé. Además, en este trabajo no está obligado nadie a concebir un hijo y dentro del matrimonio sí. Yo ya no estoy capacitada para ser madre. ¡Soy demasiado vieja!
- Nunca me hicieron gracia los niños. Estoy seguro de que sería un padre desastroso. Un matrimonio no necesita tener un hijo para demostrarse que se ama, Sura.
- A mí siempre me gustaron los niños. Sé lo que se siente al ser madre y deseo llevar a cabo, en esta ocasión, la tarea de criarlo, aparte de darle la vida, Draco.
- Si no quieres casarte conmigo, al menos, deja tu trabajo.
- No puedo. Ese hombre sabe que su esposa es amiga mía y que yo le he cogido mucho cariño a la niña que tienen ambos. Me ha amenazado con hacerles daño. ¡No quiero que les pase nada!
-¿Podrías pensártelo al menos?
            Dejé de pensar en el asunto de Sura para centrarme en el robo. Pasaron varios días y no podía estar tranquilo. Temía que alguien entrara a robar a casa de mi padre. Éste no solía atrancar la puerta alegando que no tenía miedo porque no poseía ningún objeto de valor, pero los espejos estaban considerados como un artículo de lujo y, por lo tanto, algún valor teníamos, lo cual me ponía los pelos de punta. Empecé a vivir en un estado de permanente psicosis, asustándome ante cualquier ruido que oía, especialmente de noche; y la conversación que oí un día entre dos vecinas de mi padre en la calle no sirvió para paliar mis mermados nervios.
- Le he pedido a mi marido que entierre nuestros anillos de bodas en el bosque.
- Desde que robaron en el castillo de nuestro señor, las cosas han cambiado.
- Antes dormía con la ventana abierta. Ahora, está tapada por madera y temo que, cuando llegue el verano, nos asfixiemos.
- Ahora, dormimos todos en la misma cama. Los niños están aterrorizados y, lo confieso, yo también.
-¿Y quién no? Mi marido y yo dormimos con un cuchillo, por si alguien entra a robarnos.
- Tenemos muy poco y no lo queremos perder.
- Nuestro señor se puede permitir el lujo de perder algunas joyas. Él es rico y esas cosas se reponen. ¿Y quién repone las cosas que podríamos perder?
-¿Lo dices por el dinero?
- No. Por el cariño que le tenemos.
            Mi miedo se convirtió a partir de ahí en auténtico pánico y yo no sabía hasta qué punto iba a cambiar mi vida.
            Como ya saben, yo iba para ser un espejo como otro cualquiera. Faltaba poco tiempo para ser llevado al mercado. Aquella inolvidable noche, el cuarto estaba muy oscuro como de costumbre. Mi padre llevaba ya rato acostado cuando, de pronto, oí un ruido y me sobresalté. Pensé que sería el hombre de Sura. Venía a robar a uno de nosotros como represalia contra mi padre por ser amigo de Sura. A la luz de la luna, vi a un hombre de largas barbas, pelo gris largo por detrás y con una pronunciada calva que estaba despeinado, la tez sucia y una larga túnica de color azul marino, vieja y remendada por los codos. Le pedí a Dios que fuera por el dinero. Pero en casa había muy poco dinero. El mayor de mis temores se convirtió en una espantosa realidad cuando, y de forma tonta, hice la siguiente reflexión.
- Un ladrón siempre busca dinero, pero esta es una casa llena de espejos y mi padre apenas tiene dinero y no tiene ningún objeto de valor. Entonces, ¿qué hace aquí?
            De haber podido, me habría echado a llorar de terror. No temía por mí, sino por mis hermanos.
            Le oí sonarse los mocos y pude ver, a la luz de la luna, sus dientes negros como el cielo nocturno. La túnica estaba sucia. Mi principal teoría fue que cogería a uno de nosotros y se lo llevaría consigo para verse en él. No tenía interés en que el hombre de Sura quisiera robarnos para mirarse en nosotros. Quise sentir alegría por mis hermanos. Por fin, uno de nosotros iba a empezar a funcionar y no tendría que esperar a que alguien lo comprara. A nuestros oídos habían llegado rumores de que se podía tardar días, semanas, meses e, incluso, años en ser vendido. Total que, gracias a esa asquerosa persona uno de nosotros se libraría de ese calvario de esperar, esperar eternamente.
            De repente, noté como una mano me agarraba y me elevaba lentamente hacia arriba. Juro que me asusté mucho. No se me había pasado por la cabeza que el escogido podría ser yo.
            Salimos de casa de mi padre mi nuevo amo y yo. Cruzamos a paso lento toda la aldea y seguimos caminando. Para tranquilizarme, repetía una y otra vez que iba a mi nuevo hogar. Todo estaba más oscuro que de costumbre porque, cuando salimos de la aldea, mi nuevo amo me metió dentro de un saco donde había hierbas y palos de madera.
            Yo soy, por si no lo he explicado antes, un espejo de mano. Soy pequeño y de forma ovalada. Tengo un mango y puedo ser sostenido por una sola mano para que la persona que quiera se vea reflejada en mí.
            De repente, noté que nos parábamos. El saco lo llevaba al hombro y me sobresalté cuando noté que lo bajaba. Una de las manos de mi nuevo amo abrió el saco, la metió y tanteó entre las cosas que allí había hasta que, por fin, me agarró. Salí de forma cuidadosa del saco y me elevé por los aires hasta que sentí que mi cuerpo descendía con lentitud y me ponían en el suelo (digo que era el suelo porque era un sitio muy duro). Ahí sí que no pude seguir disimulando mi terror. ¿Qué era lo que iba a hacerme aquel sujeto?
            De pronto, oí una voz ronca y masculina que me sacó de mis dudas. Era la voz de aquel hombre, del desconocido que me había robado.
- Soy el mago Cien- dijo -, creador de espejos mágicos. Te escojo a ti para ver más allá del mundo, para hablar y poder comunicarte con los humanos.
            Siguió hablando durante mucho rato, pero yo ya no podía escucharle porque tenía la mente puesta en otra parte. Sus palabras me habían dejado helado. ¿Qué quería decir aquel individuo? ¿Qué me iba a pasar? Fuera lo que fuera, tenía la sensación de que no me iba a gustar nada.
            Lo peor fue cuando empezó a echarme por encima una especie de líquido brillante y viscoso y pronunció unas palabras en un idioma que yo no pude entender. Era noche tan oscura como calurosa y ese líquido era tan refrescante que alivió el gran calor que sentía.
            Lo que yo ignoraba era que estaba formando parte de un ritual en el que me convertía en un espejo mágico. ¡Qué inocente era en aquel entonces!
            Divisé unas luces muy potentes que se meneaban de forma rápida. Quedé como cegado y pude oír los gritos que lanzaba el tal Cien. Acto seguido, golpeó el suelo con unas piedras que cogía y tiraba a mi alrededor. Temí que alguna de esas piedras llegara a golpear mis cristales, aunque no ocurrió eso por fortuna.
            El ritual siguió. Recuerdo bien que aquella noche no soplaba ni una pizca de aire, pero sentí que una brisa fresquita recorría mi cuerpo. Cien agitaba en el aire dos de las ramas que había en su saco. A continuación, sacó un cuchillo y me asusté, aunque, por inercia sabía que, dependiendo de su caída, me rompería o no. Pero no ocurrió eso. Recorrió varias veces mi cuerpo con el filo del cuchillo de forma lenta.
            Luego, sentí varios ruidos: gemidos, risas, gritos, lloros... Unos eran muy fuertes y los otros eran muy bajos. La mano de Cien me agarró y me elevó por los aires. Intenté ahí relajarme, pero me era imposible porque estaba demasiado asustado.
            Cien me agitó de arriba abajo, de derecha a izquierda, se hizo viento conmigo y me pasó de una mano a otra. Unas veces era más rápido; otras veces era más despacio. Acabó dándome vueltas completas de manera muy rápida.
            Cuando volvió a depositarme en el suelo, iba yo mareado. No recuerdo el resto del ritual. Sólo recuerdo que sentí que me metía dentro de un saco más pequeño que el primero y que me agitaba con fuerza. Empecé a rezar y a pedirle a Dios que hiciera que aquel ser acabara enseguida. No quería formar parte de aquel extraño ritual, pero, evidentemente, el tal Cien no pidió ni quiso mi opinión. Y en mi situación no podía mover ni un músculo.
            Dios se apiadó de mí y escuchó mis plegarias. Al cabo de un rato, el ritual acabó. Cien me había untado con mejunjes y líquidos, había pasado varios papeles por encima de mí y me había puesto en una ocasión boca abajo, pasando su mano con lentitud, casi deslizándose, sobre mí. Ahí sí que casi (y digo casi porque los espejos no lloran) que estuve a punto de echarme a llorar con desesperación porque creí que me iba a chafar. Por fortuna, no fue así.
            El ritual finalizó cuando Cien echó sobre mí unas cuantas especies, se puso de rodillas en el suelo, extendió los brazos hacia arriba, miró al cielo sin Luna ni estrellas, invocó a varios dioses (Marte[2] y Venus[3], creo que dijo) y gritó con la voz más potente que jamás había oído:
-¡Temido Marte! ¡Hermosa Venus! ¡Que mi objetivo de hacer de este objeto un espejo mágico se haya cumplido! ¡Oh, dioses!
            Yo iba... bueno, ya se lo pueden imaginar. No saben ustedes lo sucio que iba de haber sido untado en mejunjes una y otra vez, lo mojado que iba de tanto líquido. La cabeza me daba vueltas, quizás de tantas agitaciones.
            Cien me cogió y me secó con lentitud. Ya no me soltó.
            Sentí que algo dentro de mí me iba transformando. ¿Qué me estaba pasando? Tenía la sensación de que ideas que los humanos no podían transmitirme llegaban de forma gradual a mi cabeza. Podía ver el mundo con mayor claridad que antes. ¡Con mayor claridad que antes! ¡Cielos!
            Ahí me di cuenta de que había cobrado vida y que los humanos eran conscientes de mi presencia. Sólo tenía un problema y era que mi cabeza estaba llena de dudas, dudas que debía resolver y que daba por seguro que las respuestas me las iba a dar Cien.
            Entonces, me di cuenta de que un espejo no podía hablar. Naturalmente, me estoy refiriendo a un espejo normal y corriente, no a un espejo mágico, como ya lo era yo, claro que esto aún no había entrado en mi mente. Y me pregunté: entonces, ¿cómo iba a resolver mis dudas?
            Fue en ese momento cuando noté que me estaba pasando algo aún más raro que todo lo que había experimentado a lo largo de aquella extraña noche. Era un cosquilleo que subía por el mango y que recorría todo el cristal. Algo tenía atorado dentro de mí. Quería sacarlo y, durante unos minutos, no pude. Por primera vez, me pregunté qué era lo que había hecho Cien conmigo. Me asusté y emití un gruñido. Cien agrió su boca, llena de júbilo.
-¡Lo logré!- exclamó- ¡Es un espejo mágico! ¡Está lleno de vida!
- Lo estoy- confirmé.
            Al oír mi propia voz, volví a asustarme.
            Intenté calmarme. ¡Había hablado! Pero era imposible que me calmara. Que yo recordara, los espejos no hablaban. Claro que sólo hablaban los espejos mágicos y yo, hasta entonces, había sido uno normal, pero eso lo había dejado atrás. Era ya otro ser y aún no me lo podía creer.
            ¿Qué estaba pasando?
            Dirigí una mirada fulminante a Cien. Tenía que responder a todas mis dudas.
-¿Qué me ha pasado?- pregunté.
- Has cambiado- respondió Cien.
-¿En qué?- Empezaba a desesperarme y el mago no me estaba ayudando mucho.
- Antes, eras un espejo normal- me explicó -, ahora eres un espejo mágico.
            Con esas palabras, me di cuenta de lo que había hecho Cien conmigo. Supe lo que era yo desde aquel entonces y que aquel siniestro ritual había servido para crearme. Pero aún seguía teniendo dudas.
-¿Cuál es mi función?
- Tienes que hablar, puedes ver más allá de las paredes de una habitación y tu principal deber es ser sincero en las cosas que dices. Ahora, tienes el don de la sabiduría. Puedes ser el confidente de tus amos.
-¿Qué harán conmigo cuando me lleven al mercado?
- Serás vendido por mi hija Talía junto con los demás espejos, que son normales. Lo que ocurre es que es la primera vez que robamos en esta aldea, pero ya hemos operado en otros lugares.
-¿Se tiene alguna ventaja por el hecho de tener estos dones a la hora de ser vendido?
- Tienes la misma ventaja que un espejo normal y corriente. La magia no se ve a simple vista. Es algo que se descubre cuando estás a solas con tu amo.
            Se hizo un largo silencio. Yo no tenía más preguntas y Cien no tenía más respuestas. Pasados unos minutos, decidí romper el hielo y le pedí a Cien, al que consideraba ya como un segundo padre, que me hablara de él porque quería conocerle más. A él y a Talía.
- Mi vida es un misterio que no te puedo revelar- respondió- Tan sólo te diré que trabajo convirtiendo espejos vulgares en espejos mágicos.
            Tenía un tono de voz tan triste y tan melancólico que sentí pena por él.
- Entonces, ¿no te volveré a ver?- pregunté.
- De esta manera no- respondió Cien- Pero mi hija Talía y yo pensamos en volver a casa de tu amo para hacer con tus compañeros lo mismo que hemos hecho contigo. Puede que vaya yo o puede que vaya Talía o puede que vayamos los dos, eso ya se verá.
            Por aquellos instantes, creí que el ritual en el que había participado había acabado, pero me equivocaba de cabo a rabo.
- Tú- continuó hablando Cien- serás invocado a través de una frase mágica que sólo conoce mi hija Talía. Ella también es la única que conoce la forma de que tus poderes desaparezcan definitivamente. Yo sólo conozco la manera de que adquieras de nuevo el aspecto de un espejo normal.
            Intenté decirle que no quería saberlo, pero no me dio tiempo. Cien sopló con fuerza en mi cara. Tenía mal aliento, recuerdo que apestaba a ajo. Noté cómo la voz que había adquirido se iba perdiendo en las profundidades de mi garganta. El cosquilleo que antes había sentido en el mango y en el cristal había desaparecido. Ahora sólo podía sentir, pensar, soñar e intuir.
            Cien me metió dentro del saco cuando recobré la apariencia de un espejo normal. Salimos de aquel sitio (creo que era el claro de un bosque que se hallaba a las afueras de la aldea donde vivía), volvimos a mi casa y me introdujo con sigilo en el lugar de donde me había sacado. Cien me agarró, me sacó del saco, me elevé por los aires y fui depositado en el mismo lugar donde estaba antes de que me robara. Acto seguido, desapareció sin despedirse siquiera.
            Amanecía y, al ver que estaba junto con mis hermanos, me pregunté si todo había sido un sueño.
            Nunca más volví a ver a Cien... Bueno, lo que se dice verlo... nunca lo vi bien. Estaba todo muy oscuro. Eso sí, pude oír su voz y era tan ronca que no se va a olvidar nunca mientras alguien no me rompa. Nunca más volví a escuchar a Cien.
            Jamás he revelado a ninguno de mis hermanos aquel horrible secreto. Nunca comenté aquello con ninguno de mis compañeros por varias razones. La principal de todas es que soy muy reservado. No me gusta nada que alguien se inmiscuya en mi vida privada. Soy tan reservado que no me gusta nada la idea de ir aireando mis cosas por ahí. Y después estaba el hecho de que estaba seguro de que no había ningún espejo mágico en la casa de mi padre además de mí. Sin embargo, doy fe de que después de mí hubo más espejos mágicos. Y tengo pruebas.
            Durante las noches que siguieron al ritual, pude oír ruidos y sentir  como si alguien se deslizara en la noche y agarraba a uno de mis hermanos. Yo, a veces, tenía miedo de que me tocase, pero, si ya me lo habían hecho, ¿cómo podían pensar en repetirlo? Y jugaba a adivinar si era Cien el que entraba o si era Talía.



[1] Sura hace referencia al hombre encargado de recoger las ganancias de ella y de otras compañeras cada noche y de vigilarlas para que cumplan con su trabajo y no se escapen, lo que es conocido como un proxeneta.
[2] Nombre romano que recibió el dios  griego de la guerra Ares.
[3] Nombre romano que recibió la diosa griega de la belleza y de la sexualidad Afrodita.