miércoles, 7 de enero de 2015

HISTORIA DE UN ESPEJO

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato Historia de un espejo. 
Deseo de corazón que os esté gustando esta historia un tanto peculiar.

                                 Llegó el día en que nos llevaron a todos al mercado para que nos vendiera. Nos pusieron a todos unos encima de otros en una carreta, asfixiándonos, sin poder hablar ni respirar. Nos aburríamos como ostras. Lo único que podíamos hacer era pensar, intuir, soñar... En resumen, era como estar en casa de Draco, pero nos movíamos a raíz de los baches del camino y estábamos contentos (yo, por lo menos, lo estaba), porque por fin íbamos a entrar en acción apenas llegásemos.
            Finalmente, llegamos a nuestro destino. Nos esperaba una mujer que conocía ya a nuestro conductor. Pude intuir que se besaban en las mejillas. Pero sólo lo intuí porque íbamos tapados con una manta vieja. Era una costumbre de mi padre la de tapar su mercancía para que nadie viese lo que transportaba. Lo agradecíamos, porque por aquel entonces hacía mucho frío; era ya invierno.
            El viaje que hicimos desde El Baño hasta Roma duró una semana. A mí me extrañó un poco ya que se suponía que íbamos al mercado de la aldea. ¡Qué tonto era! La gente de El Baño apenas cuidaba su estética, cosa que sí hacían las personas de la capital del Imperio. Recuerdo bien que, a veces, parábamos. El hombre que nos llevaba (nuestro padre nunca viajaba fuera de la aldea porque quería estar cerca de Sura) aprovechaba el tiempo para comer algo en alguna posada y dormir en ella. No recuerdo bien si entramos con él en alguna ocasión o no, pero aún recuerdo el frío que pasé junto con mis hermanos aquellas noches.
            Recuerdo que el hombre que nos llevaba trataba muy bien al caballo que tiraba de la carreta. No supe nunca el nombre del caballo. Supongo que no era de mi incumbencia. Para guiarse mejor, se subía a lo alto de los árboles para escudriñar el camino. Antes de hacerlo, dejaba libre al caballo para que comiese. Desde la carreta, le oíamos comer y confieso que sentí envidia de él porque podía comer y nosotros no. Recuerdo que eran días de mucho sol. Sin embargo, soplaba todos los días una suave brisa que agitaba el cabello de nuestro día y hacía que el calor y el Sol fueran muchos más leves, por lo que nuestros cristales no quemaron ni la manta que nos cubría ni la carreta donde íbamos en dirección a Roma. Todo esto lo digo basándome en suposiciones, ya que nuestro guía casi nunca nos destapaba, excepto para echarnos un vistazo. Deducía por su actitud que era un hombre triste. Pese a que le vi poco, sí le vi que usaba una túnica corta de color rojo que dejaba sus muslos al descubierto. Todos percibíamos el estado de ánimo de nuestro guía, incluso el caballo.
-¿Has comido bien?- le preguntaba en un tono que pretendía ser jovial y que era más bien lastimero- Me alegro.
            Llegamos justo a tiempo. Como ya he dicho, nos recibió una amable mujer. Pude oír su voz.
-¡Llegáis justo a tiempo, corazón!- exclamó, llena de alegría. Era una voz muy dulce. Pero también era una voz sonora. Era una voz acostumbrada a gritar dado su oficio. Se oyó nuevamente el susurro de un beso y yo pensé que se lo estaban dando en la boca. Ella siguió hablando- ¿Me has traído lo que me prometiste?
- Sí, aquí los tienes- respondió el hombre que nos traía.
            Y destapó el trapo.
            Me fijé bien en el físico del hombre y de la mujer.
            Ella era la mujer más atractiva que había visto en mi vida, sin contar a Sura. E inteligente. Me pregunté como, siendo así, era una simple vendedora de espejos. Caminó delante del hombre hasta ponerse detrás del puesto. Me fijé en que tenía un paso fluido y gracioso. Allí había colocados de manera ordenadas espejos de distintos tamaños, algunos más grandes que yo. Pasó por allí una dama patricia que se quedó mirando a la vendedora con envidia. Ella tenía más clase y elegancia que muchas damas refinadas de la Corte. Llevaba puesta una túnica larga y blanca que le llegaba a los tobillos que se sujetaba por un hombro, de corte sencillo y cubría unos brazos (me imaginé que serían blancos, sin una sola peca) con un chal de color negro azabache. Tenía el cuerpo esbelto y perfecto, como lo tenía la mujer que posó para la escultura de la Venus de Milo.  
            Su cabello era de color rubio dorado. Largo…Muy largo…
 Noté que lo tenía rizado y lo llevaba recogido en un moño holgado que amenazaba son deshacerse. Le eché la misma edad que tenía Sura, aunque tal vez fuera un poco menor: treinta años.
            ¿Podía tener esa edad? Yo la veía muy joven. Quizás, no tenía treinta años.
La mujer mostraba al sonreír unos dientes tan blancos y brillantes, tan impropios de una vendedora. Tenía los ojos del color esmeralda más intenso que yo jamás había visto. Su piel la imaginaba al tacto suave y había entorno a sus ojos unas arruguillas que la hacían aún más interesante. Tenía el rostro más atractivo, hermoso y bien trazado que jamás había visto; un rostro que sólo podía ser comparable al de la diosa más bella del Olimpo: Venus.
            Lo último que podía imaginarse cualquiera era que fuera una vendedora de espejos. Parecía haber sido creada para llevar una vida de lujo en la Corte del Emperador en vez de la que llevaba. ¿Sería una dama patricia disfrazada de humilde plebeya?
            Y estaba el hombre. Lo primero en lo que me fijé fue en sus ojos de color negro y pensé que eran muy bonitos; eran unos ojos bellos, que hubiera sido la palabra que mejor los hubiese definido, con una mirada tan profunda que turbaría a cualquiera. Le sonreía con picardía a la mujer y me fijé en que el trazado de su boca era severo. Era un hombre alto. Era imponente. Tenía el porte de un patricio, aunque se dedicaba principalmente al transporte. Tenía el pelo ya de color gris, un poco largo y que se recogía en una torpe coleta. Deduje que debía de tener una edad parecida a la de mi padre, pese a que estaba mejor conservado que él. Sí tenía unos rasgos expresivos. La barba que cubría sus mejillas y su barbilla, aunque estaba mal recortada, le conferencia más... presencia a su aspecto. Miraba a la mujer con una ternura y una pasión que jamás había visto. Esto me dio a entender que estaba enamorado de ella, pero no sabía si sus sentimientos eran correspondidos, aunque algo me decía que la relación entre ellos era muy especial, tanto si eran amigos como si eran amantes. Me fijé también en que el hombre tenía una voz profunda y ronca. Tenía los brazos y las piernas firmes. Todo su cuerpo estaba bien proporcionado y era esbelto, sin un kilo de más.
            Ella le mirada arrobada, y pensé que, tal vez, también estaba enamorada, pero que, por alguna razón, controlaban sus emociones. Se besaban en las mejillas y se acariciaban el cabello con las manos y con los labios, con una ternura que a mí me pareció increíble. Me pregunté en si habrían pasado de los besos en las mejillas y en el pelo. Pensé en que era un hombre comprensivo. Y también inteligente, pues había una chispa de inteligencia en sus ojos negros. Y había amabilidad en su trato. Hacían buena pareja; si el buen Draco y Sura no podían estar juntos, por lo menos éstos sí. Había una atracción tan evidente entre ellos que era imposible pensar que sólo fueran amigos. Había algo mágico en la forma que tenían de mirarse a los ojos, lo que se dice vulgarmente como química. La imagen de hombre triste que tenía nuestro guía cambiaba en presencia de la que iba a ser nuestra vendedora. Algo me decía que necesitaban estar juntos. Sin embargo, pasaba algo que les prohibía llevar a cabo ese sueño.
            Pude ver como los demás vendedores instalaban sus puestos al lado nuestro. Debía de ser por la mañana, muy temprano, y el mercado aún no había sido instalado. La mujer iba a poner su puesto en aquel mismo instante. Lo único en lo que pensé fue la suerte que habíamos tenido de haber llegado a tiempo. Tenía deseos de empezar a ser útil desde ya. Me pregunté si nuestra vendedora sabía que yo era un espejo mágico y si iba a darme un trato de favor por ser especial.
            Sin embargo, aquella mujer sencilla con aspecto de dama patricia iba a darme unas cuantas sorpresas.
            Oía perfectamente la conversación que mantenían nuestro guía y la mujer. Charlaban de forma animada. En un momento dado, la mujer dijo:
- Mi padre me aseguró que los traerías...
            Me sorprendió que una mujer con cincuenta años tuviese un padre que estuviera vivo. Lo primero que hice fue sentir lástima por ella y pensar que había perdido el juicio.
-¡Qué pena!- me dije- ¡Una mujer tan amable y tan hermosa que esté loca! No hay duda de que la muerte del padre de esta mujer la ha trastornado. ¡Pobre! Debían de estar muy unidos...
-¡Claro que no mentía!- exclamó nuestro guía- ¿Cómo puede mentir un ser tan noble como lo es tu padre?
-¡Qué bueno es!- pensé- Le sigue la corriente.
            Pero el destino me tenía reservada una sorpresa.
- Entonces, los traes, ¿verdad?- inquirió la mujer.
- Sí, los traigo- respondió nuestro guía- Aquí están los espejos mágicos que me pediste.
            ¡Oh, Dios mío! ¡Aquel hombre y aquella mujer sabían lo de los espejos mágicos! Deduje que tenían algo que ver con Cien o con Talía. Según me enteré después, de los doscientos cuarenta espejos que íbamos en la carreta, sólo treinta y dos de nosotros éramos espejos mágicos. ¡Dios mío! No podía dejar de pensar en que no era el único espejo mágico dentro de la carreta.
- Sin duda alguna, puedo confiar en tu palabra- afirmó la mujer.
            Nuestro guía me iba a dar otra sorpresa:
- Los negocios son los negocios, hermosa Talía- Esta vez vi como le daba un beso corto, breve, en los labios a la mujer.
            Talía, Talía... Aquel nombre me sonaba de algo, pero,  ¿de qué? A medida que pude oír la conversación, me fui enterando de más cosas.
- Ha sido un placer hacer negocios contigo, Talía, y con tu padre, el temerario Cien- dijo nuestro guía.
            ¡Cien! Recordé la noche en la que Cien me convirtió en un espejo mágico. Aquella noche me habló mucho acerca de su hija Talía. Ella era la que me iba a vender. No sólo a mí, sino también a mis otros hermanos, tanto si eran mágicos, como si eran normales. Lo recordaba, pero no guardo un buen recuerdo de aquella noche. Pasé mucho miedo con los extraños rituales que Cien realizó en mi persona. Claro que una noche como aquella no era nada fácil de olvidar como uno piensa...
- No es nada- afirmó Talía- Llevo años haciendo el mismo trabajo con mi padre. Negociamos con fabricantes de espejos. Yo les prometo venderlos pregonando que son los más originales que jamás se han visto. Entonces, entra en escena mi padre, que es el que los vuelve mágicos.
- Cien ya me avisó que había algunos que eran mágicos y que había otros que eran normales. Pero... hay algo que me tiene confuso.
-¿Y qué es?- preguntó Talía.
- Yo no desconfío de tu palabra ni de la de tu padre, pero... – Vaciló. Era obvio que estaba sumido en un mar de dudas. Nuestro guía se llamaba Marco y parecía dudar de nuestra utilidad como espejos mágicos. No pude evitar sentirme insultado.
-¿Dudas ahora de nosotros, Marco?
- Verás, yo soy muy escéptico y no creo nada en los espejos mágicos. Y no creeré en ellos hasta que no me hagas una demostración de su funcionamiento como tal.
- No te culpo, amigo mío. Todas las personas con las que hacemos el trato quieren probarlos.
- Entonces...
- No hay problema. Saca uno.
            Cogió uno al azar. No sabía a ciencia acierta lo que iban a hacerle, pero me puse a temblar por él. Intenté calmarme. Quise convencerme de que no le iba a pasar nada, pero tenía tanto miedo que me resultó imposible.
            El tal Marco puso a mi hermano en las manos de Talía con sumo cuidado. Sentí que un estremecimiento recorría todo mi cuerpo.
-¿Cuál es la forma que se emplea para invocar a la magia que hay dentro de este espejo?- preguntó Marco.
- Tú te miras en él, como haría con uno normal- respondió Talía- Sin embargo, tienes que decir una frase: “Espíritu del espejo, lleno de bondad y sabiduría, muéstrame tu rostro y da contestación a mis dudas”.
            Al mismo tiempo que hablaba Talía, me fijé en su brazo izquierdo, que se movía, mientras que sujetaba a mi hermano con la mano derecha. Me di cuenta de que movía el brazo formando círculos. Su voz era serena y firme a la vez, alegre y triste, a caballo entre la antipatía, la apatía y la simpatía, con resquicios de misterio y melancolía.
            Me quedé pasmado cuando un rostro apareció en el cristal de mi hermano. Era de color verde, de forma cuadrada y tenía los mofletes un poco sonrosados. Estaba envuelto en un fondo de color negro, como si lo envolviese una nube de humo oscuro. Su imagen era, francamente, tétrica.
            Aquello me dejó sin respiración.
            Lo que pasó a continuación lo hubiera visto con los ojos bien abiertos si hubiese tenido casa. No sé cómo estaría mi cristal, pero, de haber tenido rostro, seguramente tendría una expresión de horror.
            Acto seguido, juro que oí una voz muy seria que salía, puedo jurarlo, del cristal de mi hermano.
            Era su voz... ¡la primera vez que oía hablar a un espejo!
-¿Qué es lo que deseas saber, hermosa dama?- preguntó.
- Lo que está pasando ahora, en cualquier punto del Imperio- respondió Talía.
- Veo a gente bañándose en el río, disfrutando de una velada de poesía en el palacio del Emperador, jugando, trabajando en el campo. Veo a la Emperatriz Helena Drusila rezando. Veo a mujeres lavando la ropa y a hombres arando los campos.
            Siguió hablando durante mucho más tiempo, pero yo estaba tan sorprendido que no fui capaz de seguir escuchando. Marco le escuchaba con los ojos desorbitados. Talía era la que sostenía el espejo, pero la expresión de su rostro era serena y relajada. Se notaba que estaba acostumbrada a oírlos hablar.
-¿He saciado tu sed de curiosidad?- inquirió mi compañero.
- Sí, eso era todo- respondió Talía. Acto seguido, empezó a mover el brazo izquierdo de arriba abajo mientras decía: - Espíritu del Espejo, yo estoy satisfecha, pues ya no tengo dudas. Retira tu rostro lleno de bondad y vuelve a dormitar.
            Al instante, desapareció el rostro verde que había en el cristal de mi hermano. Tras él desapareció el homo negro y el cristal de mi hermano volvió a ser transparente, como cualquiera de los nuestros.
-¿Qué te ha parecido?- preguntó Talía.
- Mentiría si te dijera que no estoy maravillado- respondió un boquiabierto Marco.
-¿Seguimos probando?
- No creo que sea una buena idea.

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