lunes, 23 de noviembre de 2015

ECOS DEL PASADO

Hola a todos.
Sé que alguien dirá que esta historia no tiene visos de desenredarse algún día. Yo os garantizo que su final está cada vez más cerca, aunque, de momento, pueda parecer algo lejano en el tiempo.
Además, nuevos personajes van a aparecer en escena.
Aquí está la madre del bueno de Martin, lady Moreland. Es decir, la mujer que podría convertirse en la suegra de Melinda.
¡Vamos a conocerla mejor!

                                         Lady Moreland había llegado lejos en la vida. Al menos, ésa era la sensación que tenía. Una mujer como ella, hija de una prostituta. Ladronzuela desde la más tierna edad...Se había casado con un conde, ni más ni menos.
                                     Le había dado dos hijos. Su querida hija Jane y su mayor orgullo, su hijo Martin. El nieto de una prostituta era el heredero de su marido.
                                    Ya era conde.
                                     Lady Moreland se encontraba en su gabinete personal, en la mansión que había pertenecido a su marido, en Berkshire. No entendía el porqué su hijo pasaba tanto tiempo en la isla de The Lynch. Incluso, había arrendado una casa allí. De la misma manera que tampoco entendía el porqué Jane había tomado la decisión de convertirse en religiosa.
                                     Su doncella estaba con ella, pero manteniendo cierta distancia prudencial. Lady Moreland estaba contenta. Había recibido una carta de su hijo. El mayordomo se la había entregado hacía un rato.
                                     El rostro de la condesa fue variando de expresión a medida que iba leyendo aquella misiva. Era evidente que Martin había decidido escribirle una carta en vez de ir a visitarla. Después de todo, The Lynch estaba a un tiro de piedra de Berkshire. Lady Moreland no entendía para nada a su hijo.
-¿Qué dice su hijo, milady?-le preguntó la doncella.
-Por lo visto, se ha enamorado-respondió lady Moreland.
-Lord Martin está en edad de casarse.
-Eso lo sé de sobra. El problema es otro.
                                   Martin podía ir a Londres. Podía escoger entre las muchas jóvenes que eran presentadas en sociedad año tras año. Podía escoger entre alguna de las amigas de su hermana Jane. Su hija tenía numerosas amigas en edad casadera. Sin embargo, las amigas de Jane no eran lo que se dice buenos partidos. Era cierto que lady Moreland se había convertido en una mujer elegante. Hablaba de manera correcta. Sabía cómo comportarse en sociedad.
                                  Sin embargo, todo el mundo le recordaba su turbio pasado. No se lo decían de manera directa, por supuesto. Pero lo daban a entender. Martin era conde, pero no dejaba de ser el hijo de una ladronzuela y nieto de una prostituta.
                                  Lady Moreland sintió cómo la sangre se agolpaba en sus mejillas. Estaba furiosa. Martin no podía aspirar a contraer matrimonio con una joven aristócrata. Y sospechaba que Jane había tomado los hábitos porque era consciente de que ningún noble arruinaría su reputación para casarse con ella. Martin se había enamorado.
                                Debía de estar contenta con la elección que había hecho su hijo como esposa. Melinda Stanyon...¿Y quién era ella?
                                 Era una de las amigas de Jane. Era la sobrina, que no hija, de un baronet.
                                 ¿De verdad Martin se merecía tan poca cosa como lady Melinda Stanyon? ¡Su hijo debía de aspirar a más! Pero Martin estaba ciego de amor.
-¿Quién es la joven?-quiso saber la doncella.
-Es la sobrina de un baronet-contestó lady Moreland con desprecio.
-Lord Martin es consciente de sus limitaciones.
-¿Qué estás insinuando?
-Milady, nadie de la aristocracia querría emparentar con usted por sus orígenes. Lord Martin puede darse por satisfecho si el tío de esa joven lo acepta. Es un joven inteligente. ¡Como no lo fue el difunto lord Moreland!
                                Lady Moreland fulminó con la mirada a su doncella. Las dos tenían una edad similar.
-¿Me estás insultando, maldita descarada?-exclamó furiosa la condesa.
-Sólo digo la verdad-contestó la doncella con calma-Usted sabe bien cómo son las cosas en este mundo. Piensa que ha logrado ser aceptada por la aristocracia. Y eso es falso. La aristocracia nunca aceptaría como una más a una furcia.
-¡Retira lo que has dicho!
-He dicho la verdad. Puede despedirme, si quiere. Pero nadie querría trabajar bajo sus órdenes.
                                Lady Moreland sintió cómo las fuerzas la abandonaban. Desde la muerte de su marido, sus criados se habían ido despidiendo. Todos habían puesto diversas excusas, pero lo cierto era que no la querían como patrona. ¡Trabajar a las órdenes de una ladronzuela!
                                 Su doncella era la única persona con la que lady Moreland se hablaba. Desde que murió su esposo, la aristocracia le hizo la cruz.
                                 Supo que tenía razón.
-¿Cómo se llama ella?-quiso saber la doncella.
-Melinda Stanyon...-contestó la condesa.
-La conozco. Era amiga de lady Jane.
-Así es.

  

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