miércoles, 7 de octubre de 2015

ECOS DEL PASADO

Hola a todos.
La situación se está complicando por momentos para el pobre Valiant. Al hecho de estar encerrado en Newgate, se le añade otro problema. Sus superiores sospechan de su amistad con Alexander.
El general Wellington aparece en escena.

                              La última vez que Valiant vio al general Wellington se encontraba en una situación muy comprometida.
                              El general siempre había hecho la vista gorda con sus asuntos amorosos.
                              Es más. Contaba con su complicidad para hacerlo. Pero las cosas habían cambiado desde aquella aciaga noche.
                              Había asistido a un baile que se celebraba en la Casa Carlton.
                             Le había mentido a Alexander. Le había dicho que no había ocurrido nada entre la sobrina de Wellington y él. Pero era mentira. ¡Por supuesto que había llegado a fornicar con ella!
                              El general Wellington fue el encargado de hacer las presentaciones. Más que sobrina, aquella mujer era la hija de un primo de Wellington. Sí, podía decirse que era su prima porque se dice que los hijos de los primos son los sobrinos de uno. O algo así...
                             Lady Anne Wellesley era una joven de diecinueve años. Había causado sensación en su puesta de largo, ocurrida un año antes. Contrajo matrimonio a principios del año 1800. Su marido era un apuesto marqués de cuarenta y dos años. Era miembro de la Cámara de los Lores. Y, encima, era el líder de los tory. Detalles que Valiant sí conocía.
                            Besó la mano de lady Anne.
                            Bailaron una pieza. Dieron cuenta cada uno de un vaso de limonada. Estuvieron hablando durante un buen rato. Lady Anne intentaba fingir recato. Pero era más que evidente que estaba muy cansada de su marido.
-¿Han pensado en tener hijos?-quiso saber Valiant.
-Es demasiado pronto-contestó Anne.
-Su marido no es ningún chiquillo, pero usted sí que lo es.
-No conocí a mi marido hasta que no supe que iba a casarme con él.
                          Anne se dejó llevar en el jardín por los besos que Valiant empezó a darle cuando se escondieron detrás de unos matorrales.
                          Demostró ser una mujer de lo más apasionada que respondió a las caricias que las manos de Valiant le brindaron. Se apretó contra él. Gimió cuando los labios de Valiant besaron su cuello. Y disfrutó de un gran placer entre sus brazos.
                          Estaban todavía en un enredo de piernas y de brazos.
                          De pronto, Wellington apareció. Y Valiant supo que todo había terminado. Su carrera meteórica...Todo...
                         Tuvo que reconocer una cosa. Le agradó el sabor de los pezones de Anne.
                         Aquel pensamiento era estúpido.
-Usted me ha defraudado enormemente, Valiant-afirmó Wellington-Siempre le tuve como un hombre de honor. He perdonado sus pecados con las mujeres. Gracias a su lascivia, nos ha proporcionado una valiosa información. Pero se ha metido con alguien de mi familia. Y sospecho que está traicionando a Inglaterra.
-¿Cómo dice?-se horrorizó el aludido-¡Daría mi vida por mi país, señor!
-Pero ha trabado amistad con un traidor.
-¿Dónde ha oído eso?
-¿Ha olvidado su misión? ¿Ha olvidado que debía de hacerse pasar por traidor para conseguir información?
-Los traidores a Inglaterra son mis enemigos, señor. ¡Los mataría a todos!
-Permíteme que lo dude. ¿Le suena de algo el nombre de lord Charleston?
-No...
                           Valiant había sido llevado a la sala de interrogatorios. Le sorprendió ver a Wellington allí.
                          Había perdido la noción del tiempo. Ya no recordaba cuántos días llevaba preso en Newgate. Cuando vio aparecer al general, pensó que había ido a sacarle de allí. Pero era evidente que se había equivocado. En realidad, la vida de uno de sus mejores hombres le importaba bien poco a Wellington.
                           Tenías razón, Alex, pensó con tristeza.
-Ni siquiera le conozco-mintió Valiant.
-Ese joven está pasándole información a los franceses-le explicó Wellington con dureza-Todavía no ha luchado en Francia. Pero no dudamos que pensará en viajar hasta allí para unirse al Ejército de Napoleón. Es un miserable. ¡Y usted ha tenido el descaro de hacerse amigo suyo!
                         Un sudor frío cubrió la frente de Valiant. Pensó que Wellington se había vuelto loco. Ya no lo veía como un ser al que admirar.
                         Le dolía horrores el costado. Dos días antes, había recibido un navajazo durante una reyerta. Le pillaron en medio de todo el jaleo. No había recibido la visita de ninguno de sus compañeros de armas. Parecía que todos se habían olvidado de él. Ya no se acordaban de las noches que habían pasado en vela en Egipto. Ya no se acordaban de las marchas bajo un Sol de justicia en el desierto.
                        Pensó que Wellington y Napoleón estaban cortados por el mismo patrón. No les importaba en absoluto las vidas de los hombres que luchaban por ellos.
                         Tan sólo pensaban en ellos mismos. En ganar prestigio.
                         Valiant estaba asustado. Debía de hacer algo para salvar a Alexander.
                        Wellington iba a por él. Sabía que era un traidor. Sólo Dios sabía lo que le harían si le capturaban.
-Le puedo asegurar que no conozco a ningún lord Charleston-mintió Valiant-Le digo, con el debido respeto, señor, que le han informado mal. Sólo he tratado de sacar información donde he podido.
                         Wellington le cruzó la cara de un bofetón.
                         Valiant le miró con odio. ¿Acaso pensaba en torturarle? No se extrañó en absoluto. Ya no tenía la menor duda. El poder estaba corroyendo a Wellington.
                           Le oyó gritar. Le dijo que era un mentiroso. Que le iba a enviar a la horca más pronto que tarde.
                           Valiant era un soldado curtido en más de mil batallas. Pero nunca pensó que tendría que enfrentarse con el hombre al que admiraba.
-Puede ahorcarme si quiere, señor-le retó con voz fría.
                          Amaba a su país más que a nada en el mundo. Pero no estaba dispuesto a ponerse al servicio de aquel tirano. No pensaba en traicionar sus ideales.
                         No se uniría a los franceses por nada del mundo. Pero tampoco quería servir a aquel ser carente de escrúpulos. No quería servir a un Rey cada vez más demente. Ni tampoco quería servir a un niñato que no sabía cumplir con su deber como Príncipe de Gales. Él no era esclavo de nadie. Ni pensaba traicionar a un amigo por salvar su vida.
                         Alexander era, por encima de todo, un joven con un gran sentido del honor. Valiant contempló cómo Wellington enrojecía de rabia. Su enorme nariz le pareció más grande. Los ojos se le salían de las órbitas. No volvió a articular palabra. Con un gesto, ordenó que Valiant fuera llevado de vuelta a su celda.
                          El guardia que le llevó le empujó sin miramientos hacia dentro.
                          Valiant cayó al suelo. Le dolía horrores el navajazo que había recibido. Hacía apenas un día que había dejado de sangrar, pues sufrió una hemorragia bastante considerable. Se sentía muy débil.
-¿Qué te han dicho los bastardos esos?-le preguntó uno de sus compañeros de celda.
-Voy a morir-respondió Valiant con un hilo de voz.
-No parece que eso te importe mucho.
-Lo que me importa es lo que le pueda pasar a un amigo mío.
                               El recuerdo de Alexander pasó por su mente. Si Wellington le encontraba, estaría en peligro.



                             Se sentó en el suelo como pudo.
-Necesito papel-dijo.
-¿Para qué quieres papel?-le preguntó su compañero de celda.
-He de escribir una carta. Y una pluma...Y tinta...
-¿Acaso te crees que esto es Harrow? ¡Despierta! ¡No vas a conseguir esas cosas aquí ni en un millón de años! ¡Estamos en la trena, amigo!
-Pero...Es urgente.
-¿Qué pasa?
-No me lo darán a mí. Pero puede que te lo den a ti.
-¡Ni hablar! ¡No me da la gana de meterme en jaleos!
-Te lo ruego.
-¡No pienso hacerlo!

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