viernes, 10 de julio de 2015

ECOS DEL PASADO

Hola a todos.
Hoy, os traigo un nuevo fragmento de Ecos del pasado. 
Seguimos viendo cómo avanza la relación entre Charlotte y lord George.

                                   Vinieron unos días en los que el Sol brilló más que nunca.
                                   Charlotte no vio a Alexander en aquellos días. Pensó que había abandonado la isla para siempre. A pesar de la tristeza que la embargó, intentó disfrutar de la compañía de su prometido, lord George.
                                 Apenas hablaba cuando salía a pasear con él. A pesar del silencio con el que solían pasear por la orilla del río, Charlotte se decía así misma que estaba contenta. Caminaban entre los árboles. La isla estaba tranquila. Saludaban a los vecinos con los que se cruzaban. De vez en cuando, lord George le hablaba de Londres. De la magnífica mansión que tenía en el barrio de Mayfair. De una casa solariega que tenía en la campiña. De su deseo de viajar lo antes posible al continente para ponerse al servicio de lord Wellington.
                               Estaba convencido de que él solo derrotaría al Ejército de Napoleón. Sin embargo, Charlotte, lejos de sentir admiración por él, sentía terror.
                             Una tarde, aceptó salir con él.
                             Hacía una tarde espléndida y podían merendar cerca de uno de los dos pequeños embarcaderos que tenía la isla.
                            Charlotte se sintió incómoda al caminar con lord George.
                            Iba cogida de su brazo.
                           Charlotte llevaba una cesta de mimbre colgada de su brazo que contenía la merienda.
                           Al llegar a su destino, lord George extrajo un mantel del interior de la cesta de mimbre. Lo extendió por el suelo. Charlotte y él tomaron asiento en el mantel. El aristócrata tenía muchas cosas que decirle a Charlotte aquella tarde. Pero no sabía por dónde empezar.
                           Dieron cuenta de un delicioso pastel de carne. Y bebieron un poco de vino rosado.
                           Mientras merendaban, lord George le expuso a Charlotte sus planes.
-Voy a regresar al Ejército-le informó-Todavía soy joven y gozo de una salud excelente. Quiero pelear en Francia.
-¿Se ha vuelto loco, milord?-se sorprendió la joven.
-Querida, es Napoleón el que se ha vuelto loco. El pueblo francés se volvió loco cuando guillotinó a sus Reyes.
-¿No ha pensado que, a lo mejor, los Reyes estaban haciendo las cosas mal? Cierto es que lo que se hizo con ellos fue una salvajada. Pero el pueblo estaba sufriendo mucho. Pasando hambre. Calamidades...
-Por eso, hay que restaurar el orden de las cosas, querida.
                         Charlotte tembló al pensar que lord George podía matar a compatriotas suyos. A hombres que creían en la causa de Napoleón. Hombres que eran como lord George.
                         Trató de pensar que aquellos hombres eran unos traidores y que merecían morir. Pero, en su lugar, pensó que podían tener una familia que sufriría por ellos.
-¿De veras lo vas a hacer?-le interrogó Charlotte, asustada-Piensa que corres un riesgo muy serio. Podrías morir.
-Es la primera vez que me tuteas-contestó lord George sonriendo.
-Le ruego que me disculpe, señor. Pero su seguridad me preocupa mucho.
                       Lord George se inclinó y besó a Charlotte en la frente.



-No me pasará nada-le prometió.
-¿Cuándo regresará?-quiso saber Charlotte.
-Me gustaría partir lo antes posible. A mi regreso, nos casaremos. Estoy convencido de que Napoleón será derrotado en cuestión de unos meses.
-Podría no pasar eso.
                         Charlotte no lo sabía. Lo cierto era que Alexander había viajado a Maidenhead. Se había encontrado allí con un agente del Servicio Secreto de Napoleón.
                         A Alexander le había llegado un mensaje en clave que había sido interceptado y que iba dirigido al General Wellington.
                        Su misión consistía en desencriptarlo. En averiguar qué ponía. Alexander era un agente novato, pero había demostrado ser bastante eficaz. Se encontró con monsieur Vinsonnau, que así se llamaba el agente, en el puente de la ciudad.
                        Era medianoche cuando ambos se encontraron. Monsieur Vinsonnau llevaba un rato esperando a Alexander. Ni siquiera Valiant estaba al tanto de aquel encuentro. Sabía que su amigo iba a volver a sermonearle acerca de sus ideas.
-Aquí lo tiene-le dijo a aquel agente nada más verle-Traigo información muy interesante.
                      Monsieur Vinsonnau tomó las dos hojas de papel que le tendió Alexander. Tuvo que leer lo que ponía a la luz de la Luna. Escuchó la explicación que dio el joven.
-Quieren enviar a un contigente a Francia-le explicó Alexander-Su objetivo es desembarcar en Lille. Desde allí, marcharían en dirección a París.
-No se lo permitiremos, garçon-afirmó monsieur Vinsonnau-¿Hay algo más?
-La idea es ir de incógnito. Uno de sus agentes podría ir a ustedes haciéndose pasar por traidor. Su objetivo es averiguar los siguientes pasos que hemos de dar. ¿Cómo se llama el hombre que ha sido asignado para esa misión? No me acuerdo. ¡Sí! Su nombre es lord James Putney. Es el conde de Kirkland. No le conozco personalmente, pero es uno de los pelotas de la Casa Carlton.
-Habla con mucha franqueza, garçon. Eres impulsivo. Pero sabes hacer bien tu trabajo. Merci!
-Conseguiremos librar a Europa de esta tiranía. El pueblo francés nos mostró el camino a seguir.
                        Se despidieron con un fuerte y sincero apretón de manos.
                        Alexander regresó a la posada donde se hospedaba.
                        Había salido completamente vestido de negro a la calle. Una bufanda del mismo color negro cubría su cara. Habían sido para él unos días muy duros sin poder ver a Charlotte. Sin embargo, estaba contento con el deber cumplido.
                        No pensaba renunciar a sus ideales. En el fondo, Charlotte pensaba lo mismo que él. El problema era su terquedad.
                        Negaba tanto su manera de pensar real como el amor que le profesaba.


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