lunes, 14 de septiembre de 2015

ECOS DEL PASADO

Hola a todos.
Estamos a punto de entrar en el ecuador de esta historia.
Todavía falta mucho por ver y todavía no sé cuándo tendrá su final. Pero yo quiero terminarla, aunque sea lo último que haga.
Porque siento que vale la pena.
De momento, aquí os dejo con un nuevo fragmento recién salido del horno.
¡Deseo que os guste!

                                 Para alivio de Charlotte, no se pudo salir de casa durante una semana entera.
                                 Empezó a nevar mientras regresaba a casa con Melinda, tras haberse separado de Alexander.
                                 Durante todo aquel tiempo, las únicas noticias que tuvo del joven marqués fueron las cartas que él le envió. Cartas que Charlotte tuvo el deseo de romper en mil pedazos o de echar a las llamas de la chimenea.
                                  No lo hizo. En su lugar, guardó aquellas cartas en el fondo del último cajón de su mesilla de noche. Se dijo así misma que no las iba a leer. No debía de pensar en ellas.
                                 Se sorprendió así misma en varias ocasiones buscando aquellas cartas para leerlas. Mientras caía la nieve con lentitud, Charlotte se sentaba en la cama. Leía aquellas misivas.
                                 Lloraba mientras sus ojos repasaban la letra de Alexander. Era cierto todo cuanto le decía.
                                 Le hablaba en aquellas cartas del amor que sentía hacia ella. Un amor que él sabía que era correspondido.
                                Charlotte debía de ser valiente. Debía de atreverse a romper su compromiso con lord George. A confesar en voz alta que estaba enamorada de un traidor.
-¡Pero no es tan fácil!-exclamó una tarde Charlotte.
                                Melinda y ella estaban sentadas a la mesa del comedor. Estaban dando cuenta cada una de una taza de té. Melinda cogió una galleta del platito que había servido la criada para acompañar el té.
                               Charlotte sabía que su prima, de algún modo, estaba compinchada con Alexander. Melinda no lo negó.
-Me sorprende que tú, siendo tan patriota como eres, apoyes a ese traidor-le espetó Charlotte.
-Tengo mi manera de pensar-admitió Melinda-Pero respeto las opiniones de los demás.
                             La joven reconoció que Alexander le caía bien. Le parecía un joven agradable y muy encantador. Veía en sus ojos que todo el amor que sentía por Charlotte era real. Melinda no pudo evitar sentir una punzada de envidia. En el fondo de su corazón, deseaba ser amada por alguien de la misma manera en la que Alexander amaba a Charlotte.
                             La joven bebió un sorbo de su taza de té.
                             La mano de Charlotte tembló al hacerlo.
-Creo que estás obrando como una cobarde-opinó Melinda.
-¡Gracias por tu apoyo!-escupió Charlotte, sarcástica.
-Charlie, eres más que una prima. Eres mi hermana. Quiero que seas feliz.
-Lord Craft...
-¡No puedes ser feliz al lado de un hombre que no amas!
                             Melinda no sabía cómo hacer entrar en razón a su prima. Charlotte estaba demostrando que podía ser más cabezota que la propia Melinda.
-¿Y puedo ser feliz al lado de un hombre que sirve a los franceses?-le increpó Charlotte.
-En realidad, es tu miedo el que habla por ti-contestó Melinda-Es normal que estés asustada. Todos sabemos lo que le hacen a los traidores.
                           Vio a Charlotte ponerse pálida como un cadáver. Melinda supo que había dado con el origen de su miedo. No era sólo sus prejuicios.
-Siempre podéis iros a Francia-añadió.



                             Charlotte miró con estupor a Melinda. Pensó que su prima se había vuelto loca. ¿De veras estaba hablando en serio? ¡No podía huir a Francia con Alexander! ¡Sería casi como suicidarse!
-Arrastraría el buen nombre de la familia Stanyon por el fango-le recordó casi con ira-¿No lo has pensado, Mel?
-Tío Héctor parece vivir en otro mundo-contestó la aludida-Puedes hablar con él y contarle la verdad.
-¡Sería capaz de entregarme a las autoridades!
-Es tu padre, Charlie. Un padre jamás haría tales cosas. Si hemos de vivir con miedo, prefiero no vivir.
                              Charlotte no reconocía a la mujer que hablaba de aquel modo como su prima Melinda.

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