Hola a todos.
El fragmento de hoy de Ecos del pasado está centrado exclusivamente en Charlotte y en Alexander.
Él sigue luchando por ella. Pero Charlotte sigue siendo tan terca y tan cabezota como siempre, aunque también lo ame.
¿Qué pasará entre ellos?
-¡Será mejor que te marches de aquí!-le ordenó Charlotte a Alexander.
Era de madrugada cuando escuchó cómo alguien tiraba piedrecitas contra la ventana de su habitación. Charlotte todavía no había conseguido conciliar el sueño.
Había pasado gran parte de la noche intentando consolar a una asustada Melinda, que veía cómo su vida había dado un vuelco inesperado.
-¿Cómo voy a convertirme en lady Moreland?-le preguntó una y otra vez desde que se encerraron en el cuarto de la joven-¡Es una locura!
Alexander había pasado varios días fuera de la isla, en una de sus misiones para el Servicio de Inteligencia Francés. Había sido interceptado un cargamento con armas que iban dirigidas a los soldados ingleses que estaban en el continente. Charlotte sabía que había sido Alexander el que había dado el soplo. ¿Acaso no se daba cuenta de que su comportamiento era intolerable?
Lo único que quería la joven era poder dormir.
Sin embargo, Alexander no quería dormir. Lo único que quería era ver a su amada. No quería conciliar el sueño porque sabía que acabaría soñando con Charlotte. Se había cansado de soñar con ella.
Quería estar a su lado. Que fuera real.
-No pienso irme de aquí-afirmó cuando se metió en la habitación de su amada.
La besó con ímpetu en los labios.
Las Navidades ya habían pasado.
Martin se había entregado a la tarea de cortejar a Melinda. Y la joven se dejaba hacer.
Era cierto que era divertido recibir nuevamente cartas de amor. Contestar aquellas cartas de amor mientras Dorcas la vigilaba de cerca.
Le agradaba recibir las visitas que hacía Martin a su casa. Poder cantar una canción para él con el fin de entretenerlo. Mientras, Charlotte interpretaba aquella canción con el arpa.
Era divertido pasear con él bajo la atenta mirada de Dorcas.
-Tan sólo te pido que me des tiempo-solía decirle durante aquellos paseos-Todavía no me acabo de creer lo que está pasando.
También era divertido cuando Martin le robaba besos llenos de pasión.
Le enviaba flores. Acudía a cenar con frecuencia a la casa de los Stanyon. Incluso, le leía a Melinda en voz alta. Ella le escuchaba atentamente mientras tejía un chal. O mientras bordaba un mantel que formaría parte de su ajuar de boda. Sin embargo, no estaba del todo contenta con aquella situación. Así se lo hizo saber a Charlotte.
La joven, mientras, recibía de manera regular las cartas que le escribía lord George. De vez en cuando, se animaba a contestar a una de aquellas misivas.
-He oído que tu prima va a casarse con lord Moreland-comentó Alexander.
Charlotte le lanzó una mirada furiosa. No entendía lo que estaba haciendo aquel miserable en su cuarto. Se había quedado paralizada cuando le vio trepar con agilidad por la fachada de su casa. Pensó que estaba soñando cuando le vio colarse en su habitación. Alexander debía de irse de allí lo antes posible. Pero no quería que se marchara.
-¿Has venido para hablar de mi prima?-le increpó.
-He venido para que hablemos de nosotros-contestó Alexander con dulzura.
Eso era otro rasgo que odiaba de él. La forma en la que la trataba.
-Mira, es demasiado tarde para discutir-replicó Charlotte-Quiero dormir. Será mejor que te marches ahora mismo.
-Charlie...-murmuró él con voz ronca.
-¡Vete! ¡O empezaré a gritar!
Charlotte sabía que estaba mintiendo. No podría ponerse a gritar. Cierto era que su padre entraría allí. Ella podía inventarse que Alexander había entrado en su cuarto con el propósito de forzarla. Podía delatarle diciendo que era un traidor. Pero no podía caer tan bajo. No quería hacerle daño a aquel joven. No cuando lo amaba más que a su propia vida.
-Estás poniendo en peligro mi reputación-le acusó-¿Acaso quieres hundirme?
-Quiero que huyamos juntos-contestó Alexander con sinceridad.
Charlotte le miró horrorizada. No era la primera vez que Alexander le hablaba de huir juntos.
¿Acaso se había vuelto loco? ¡Ella no podía ser la esposa de un traidor!
Tenía que irse de allí. Tenía que echarle de su habitación.
Alexander era un peligro para Charlotte. Su corazón latía muy deprisa cuando estaba con él. Sentía el cosquilleo de un millón de mariposas aleteando en su estómago.
-¡No pienso hacerlo!-afirmó, llena de cólera-¡Jamás iría contigo a ningún sitio!
Estaba muy cerca de ella. Charlotte podía sentir el calor que desprendía el cuerpo de Alexander. Podía sentir su respiración mezclándose con la respiración de ella. Los latidos de su corazón... La fuerza que desprendía.
Cerró los ojos, sintiéndose impotente. ¡Por supuesto que deseaba huir con él! Quería irse a Francia, si era preciso. Pero tenía que cumplir con lo que se esperaba de ella.
-¡No sabes lo que dices!-le reprochó Alexander, alterado.
-¡No grites!-le rogó Charlotte, visiblemente nerviosa.
-¡No quiero seguir escondiéndome como un ladrón! ¡Charlotte, te amo, maldita sea! ¿Por qué nos estás haciendo esto? ¡Dime!
-¡Porque eres un traidor!
Charlotte se dejó caer sobre la cama. Se sentía demasiado cansada como para seguir hablando. La presencia de Alexander en su cuarto turbaba sus sentidos. No podía estar con él. Y, sin embargo, no quería renunciar a él.
-¿No te das cuenta del daño que le estás ocasionando a nuestro país?-le recriminó-¡Están muriendo hombres buenos que sirven a nuestra Patria! ¡Esos hombres tienen familia! Tienen gente que se preocupan por ellos. Y tú...
-El Ejército francés está compuesto por hombres buenos-contestó Alexander-Hombres que tienen una familia que se preocupa por ellos. No son monstruos, Charlie. También ellos mueren y dejan a unas familias destrozadas. ¿No lo has pensado?
Charlotte alzó la cabeza. Alexander se sentó a su lado en la cama. En el fondo, pensó ella, tiene razón. ¡Pero el Ejército francés era su enemigo! No podía sentir compasión por él.
-Napoleón ha luchado en todas las batallas en las que ha participado-prosiguió Alexander-Eso es lo que hace un hombre valiente.
-El general Wellington también es valiente-reconvino Charlotte.
-No tendría que luchar él. Tendría que luchar el Rey. Pero no podemos pedir que un pobre loco parta al frente. Tendría que luchar el Príncipe George. Pero está demasiado ocupado despilfarrando el dinero de todos los ingleses en sus caprichos.
-¡Eso no es cierto! El Príncipe George tiene muchos problemas.
Su romance con mistress Fitzherbert, pensó Charlotte. Sus amigotes que frecuentan la Casa Carlton...¿Dónde queda la preocupación por el país?
-Está el Primer Ministro, Pitt-dijo Charlotte.
-Un Primer Ministro que está enfrentado al Príncipe de Gales-le recordó Alexander-Valiant me ha escrito desde Newgate. Hasta allí llegan rumores de que podrían destituir a Pitt.
-No lo sabía.
De pronto, la idea de marcharse a Francia le resultó tentadora a Charlotte. Por lo menos, allí no tendría que lidiar con una Familia Real desunida. Y con un Primer Ministro enfrentado al Príncipe de Gales...
Se odió a sí misma por pensar así. ¡Era también una traidora!
¿En qué la había convertido Alexander? ¡Ella no debía de pensar de aquel modo!
Y, sin embargo, sabía que él tenía razón. Le odió porque tenía razón. Le odió porque ella pensaba del mismo modo que él.
No sabía qué hacer. Si seguía los dictados de su corazón, acabaría llevando una vida espantosa. Podía terminar en la cárcel y ser ahorcada acusada de traición.
Su padre se moriría de la pena. Debía de ser valiente. Debía de atreverse a romper su compromiso con lord George.
-Siempre te estaré esperando-le prometió Alexander con dulzura.
-No lo hagas-le pidió Charlotte, con voz dolorida-Nunca abandonaré a mi prometido. ¡Nunca iré a ningún sitio contigo! ¿Te ha quedado claro?
Pero había una sombra de duda en su voz cuando habló.
Alexander la abrazó con fuerza y Charlotte sintió que estaba perdida. Se aferró a Alexander como un náufrago se aferra a un trozo de madera para no hundirse en el mar. No quería soltarle.
No quería alejarse de él. Pero su cabeza le gritaba que debía de hacerlo.
Es un traidor, le susurró. Ella odiaba con todas sus fuerzas aquella palabra. Traidor...
Y lo amaba. Lo amaba más que a su propia vida.
Cuando Alexander buscó con su boca la boca de Charlotte, ella no lo apartó y le ofreció sus labios al tiempo que ambos se fundían en un beso cargado de ansia y de desesperación por ambas partes.
Fue ella la que empezó a desnudar a Alexander. Libres de la ropa, se amaron sobre la cama de Charlotte.
Alexander no se cansaba de beber del dulce néctar de los labios de su amada. No quería dejar de besarla. Y era feliz al ver que Charlotte le devolvía todos los besos que él le daba.
Besó una y otra vez el cuello de la joven mientras ambos se estremecían. Los labios de Alexander recorrieron febriles los pechos de Charlotte. Los chupó con hambre. Sintió cómo el cuerpo de ella se arqueaba hacia él.
Esto era real. ¡Charlotte lo amaba!
Dichoso, Alexander recorrió con la lengua la piel de la joven, que ardía ante su contacto.
Se entregaron el uno al otro sin reservas. Dándose todo el amor que guardaban dentro de sus corazones. Fundiéndose en un solo ser. Eran un solo ser.
Charlotte se quedó dormida con la cabeza apoyada en el pecho de Alexander.
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