Este borrador pertenece a un cuento que creo que tengo subido a mi blog "Berkley Manor". Lo tengo que localizar.
También subí este borrador a mi blog "El blog de una chica del siglo XIX".
Sin embargo, he sentido que quería también compartirlo con vosotros.
Aquí os lo dejo.
Es de corte sentimental y transcurre en la década de 1960.
Espero que os guste.
Miró la carta que tenía encima de la mesa. Había entrado en aquel restaurante. Lo único que quería era cenar tranquilo. No pedía nada más.
Ensalada…Judías…Rape…Salmón
ahumado…Pulpo…Espárragos… Langostinos…Tomate…Atún…Setas…Gambas…Tarta de
bacalao…Mejillones… Huevos…Marisco…
La
camarera se acercó a él.
-¿Sabe ya lo que va a pedir, señor?-le
preguntó.
-Aún no lo he decidido-respondió él.
-Tómese el tiempo que necesite para decidirse.
Victoria
llevaba trabajando en aquel restaurante desde hacía cuatro años. Tenía unos
veintipocos años. No tenía familia. Vivía sola en su pequeño piso. No tenía
pareja. Pero sí tenía muchos y buenos amigos. Era muy guapa y también era muy
simpática. Siempre estaba sonriendo.
-¿Ya ha decidido, señor?-le preguntó.
Kyle
no se atrevía a mirar a Victoria. Era la mujer más bella que jamás había visto.
Se sintió turbado ante su visión.
-¿Qué me puede decir de la ensalada?-le
preguntó.
-Es deliciosa-respondió ella-Se lo puedo
asegurar. Con su tomate y su lechuga bien frescos…¡Una delicia!
-Está bien.
-Entonces…¿Quiere ensalada?
-Sí. Quiero la ensalada. Y no sé qué más voy a
pedir.
Victoria
tomó nota del pedido. Después, se fue a atender a los demás clientes. Era
viernes por la noche y ella ardía en deseos de contar las propinas que le
dejaban los clientes. Solían ser generosos la noche de los viernes, cuando
tenían los estómagos llenos. Victoria vivía sola en su piso. Ni siquiera tenía
una miserable maceta. No tenía animales. No habría podido hacerse cargo de un
perro, que le gustaban mucho los perros. O de un hámster. No le gustaban los
gatos.
Nunca
antes había visto a un hombre tan atractivo como aquel hombre. Vestía bien. Un
traje de seda. Con corbata de seda. Y con pañuelo asomando por el bolsillo de
la chaqueta. Victoria pensó que el pañuelo debía de ser de seda. Debía de ser
un hombre muy rico, pensó la joven.
Le
dolían los pies de estar trabajando toda la noche.
Victoria
llegó a su casa de madrugada.
Dio
gracias a Dios por vivir cerca de su lugar de trabajo.
Se
dejó caer en la cama. No tenía ni fuerzas para ponerse el pijama. Se quitó a
patadas los zapatos. Había sido una noche de viernes más. Los clientes pedían
comida sin parar. Algún cliente acabó borracho y vomitando en el baño. Victoria
y sus compañeras iban y venían. Las bandejas siempre estaban llenas. Victoria
estaba cansada. Le dolía la cabeza porque, como todas las noches de los
viernes, había llegado al restaurante un grupo de jovencitos. Y aquel grupo se
había puesto a cantar a voz en grito.
Sólo
había algo que había animado su noche del viernes.
La
visión de aquel hombre al que había atendido. Sólo había sido un cliente más.
Sólo eso. Pero no podía apartar la mente de él. No habían hablado más que lo
imprescindible. ¿Podía decir que se había enamorado? Aquella idea le pareció
ridícula. ¿Cómo podía haberse enamorado de un cliente? Victoria se echó a reír.
Estaba segura de que no lo volvería a ver.
-Tu cliente no apartaba la vista de ti-le
indicó Lucinda a Victoria-Yo creo que le has cautivado.
Lucinda
y Victoria eran buenas amigas. También eran compañeras de trabajo en el
restaurante.
-¡Eso es imposible!-replicó Victoria.
Estaban
dando cuenta de su desayuno en una cafetería situada debajo del piso en el que
vivía Lucinda. Su desayuno consistía en un par de tostadas untadas con
mantequilla y en una taza de café con leche para cada una.
Lucinda
mordió su tostada. Victoria bebió un sorbo de su taza de café.
-Insisto-afirmó Lucinda-Le has gustado.
-Yo apenas me fijé en él-le aseguró
Victoria-Lo único que quería era terminar mi jornada e irme a casa a descansar.
Te confieso que, a veces, desearía abandonar mi trabajo. Pero no puedo. Tú
sabes bien que yo quiero trabajar en una oficina. Podría ser una secretaria muy
eficiente. Pero no encuentro trabajo.
-Hay que armarse de paciencia, amiga mía. A mí
me gusta mi trabajo como camarera. No quiero abandonarlo por nada del mundo. No
todo el mundo tiene las mismas aspiraciones en la vida.
-Supongo que tienes razón en ese aspecto.
-Pero tu cliente…¡Madre mía! ¡Es el hombre más
guapo que jamás he visto! ¡Qué apuesto es!
Victoria
le dio un mordisco a su tostada.
-Sólo sabes hablar de hombres-le reprochó a su
amiga.
-Me gusta salir con hombres-afirmó Lucinda-No
veo que esté haciendo nada malo. Además, ya no existe el riesgo de que me pueda
quedar embarazada.
-¡Ah, ya! ¡Tú tomas la píldora! ¡Tenía que
haberlo supuesto! ¿No le pones a tu ligue la gomita? ¿No usas el diafragma?
-¡Uy, el diafragma! ¡Demasiado lío!
-¿Y qué me dices del preservativo?
-No me fío mucho de una goma, como tú dices.
Se rompe enseguida. Yo prefiero tomar la píldora. Es más fiable.
-Yo nunca he tomado la píldora.
-Prefieres usar el condón. Pero hace más de un
año que no sales con nadie.
-Ya conoces el dicho. Mejor sola que mal acompañada.
-¡No es justo que pretendas pasar sola el
resto de tu vida, Victoria! Eres muy guapa. Necesitas tener a un hombre a tu
lado. Dicen que una mujer que no tiene un hombre a su lado…Si no se casa…Si no
tiene hijos…No es nada…
-Una mujer puede vivir sola. Puede ser feliz o
puede no ser feliz. Se puede enamorar. Pero puede decidir si quiere o no quiere
casarse. Decide lo que quiere hacer con su vida. No tengo padres. No tengo que
rendir cuenta ante nadie. Espero que lo entiendas.
Durante
su rato de descanso, Victoria abrió el periódico.
Lo
abrió por la sección de Ofertas
laborales.
No
había mucha gente en el restaurante.
Eran
sólo las cuatro de la tarde. Dentro de una hora, el restaurante estaría a
rebosar de gente. Sobre todo, de niños. Venían a merendar. Y Victoria tendría
que atenderles. Como siempre.
Cerró
el periódico y soltó un resoplido.
No
había encontrado nada.
Ella
quería trabajar como secretaria en una oficina. Había estudiado en una Academia
durante dos años. Y había estudiado Mecanografía. Podía ser una buena
secretaria. Sabía que jamás sería una oficinista. Aquel puesto estaba vetado
para ella por ser mujer. Tenía que casarse sólo porque era mujer…Tenía que
tener hijos sólo porque era mujer…Su sexo la tenía condicionada. Victoria
empezaba a odiar su sexo.
Dejó
el periódico encima de la barra.
Un
poco de sal…Un poco de pimienta…
En
ocasiones, mientras condimentaba los platos, Victoria canturreaba. Era algo que
hacía sin darse cuenta. Repetía una y otra vez los ingredientes de aquellos
platos. Sonrió cuando terminaba de condimentar los platos. Salió de la cocina
portando una bandeja.
Él
estaba otra vez allí, pensó.
Su
cliente…Había vuelto…
Victoria
sintió cómo las piernas le temblaban de manera violenta.
Pensó
que se iba a caer.
Imaginó
que él la estaba mirando. Se estremeció de pies a cabeza. Lucinda tenía razón.
Le gustaba mucho aquel hombre. ¡Y eso que casi no le conocía!
Kyle
no se atrevía a mirar a Victoria. ¡Qué mujer más guapa!
Ya
estaba trabajando en la oficina.
Victoria
no se lo podía creer. ¡Ya era una secretaria! Y, encima, era la secretaria de
Kyle. No cabía en sí de gozo. Iba a estar cerca de Kyle.
Para
ella, eso era suficiente. Le bastaba con saber que vería a Kyle a diario y que
estaría en contacto permanente con él.
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