Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de Ecos del pasado.
En esta ocasión, veremos cómo la carta que le envía Alexander a Charlotte llega a manos de ésta.
Dorcas era la doncella de Charlotte. Desde que Melinda llegó a vivir con ellos, también se había convertido en su doncella.
En aquellos momentos, Dorcas estaba entregada a su actividad favorita. Quejarse de todo.
Estaba echando pestes acerca de la difunta lady Charleston. En su opinión, había sido una mujer entrometida e impertinente. Todo ello se debía a la afición de los difuntos marqueses por la lectura, afición que habían contagiado a su único hijo.
Melinda había amanecido con unas décimas de fiebre. No se había vestido todavía y llevaba puesto el camisón. Cuando Charlotte entró en la habitación para ver cómo estaba, Melinda estaba mejor y ya no tenía fiebre. En cambio, Charlotte parecía que estaba a punto de desmayarse.
Dorcas colocó flores frescas en un jarrón en el tocador de Melinda. Al mismo tiempo, hablaba del joven lord Alexander Cranleigh, único hijo de los marqueses. En su opinión, era un joven alocado e irresponsable. ¡Peor! ¡Un traidor!
-¿Podrías dejar de hablar del nuevo marqués de Charleston, por favor?-le pidió Melinda.
-¡Ninguna jovencita sensata debería de acercarse a él!-contestó Dorcas indignada-¡Es capaz de matar al Rey!
-Dudo que lord Charleston sea capaz de cometer semejante disparate. Puedes retirarte.
Dorcas tuvo que hacerle caso a Melinda.
Una vez que se hubo marchado, Charlotte parecía a punto de caer redonda al suelo. Melinda tuvo que sujetarla. Nunca antes la había visto tan pálida.
Sujetaba un trozo de papel entre sus manos. Murmuraba palabras que sonaron incoherentes al principio para Melinda. Poco a poco, la joven fue entendiendo lo que su prima estaba intentando decirle.
-¡Será bastardo!-bramó finalmente una desencajada Charlotte.
Le tendió con rabia la carta a Melinda. Empezó a pasearse enfurecida por la habitación.
-¡Me ha escrito!-casi gritó.
La rabia se había apoderado de ella. ¿Cómo Alexander osaba escribirle aquella maldita misiva?
No quería saber más nada de él. Iba a casarse con lord George. Intentaría olvidar la locura que la embargó cuando se enamoró de aquel traidor miserable. Sería una buena esposa para lord George.
Melinda terminó de leer la carta. Alzó la vista y vio cómo las lágrimas surcaban el rostro de Charlotte. A pesar de todo lo que decía, era evidente que su corazón seguía latiendo por Alexander. Si no estaba con él era por culpa de sus estúpidos prejuicios.
Pero no se trataba sólo de los prejuicios de Charlotte. Todo el Servicio de Inteligencia inglés andaba a la caza y captura de traidores. Los que eran detenidos eran ajusticiados. Y sólo Dios sabía lo que les hacían antes de morir en la horca. Melinda se estremeció de horror.
-A veces, me sorprendo a mí misma pensando que Alex tenía razón-le confesó Charlotte a su prima con cierto temor-No nos merecemos tener un Rey que está loco. Una Familia Real que siempre está discutiendo. Y un Príncipe heredero que piensa más en su propio placer que en el bienestar de su pueblo. Debes de pensar que soy horrible por decir estas cosas. Pero las siento así.
-Lo malo es que nuestro Príncipe está rodeado por una Corte de nobles que se dedican a adularle y que, encima, no le dicen que está haciendo las cosas mal-admitió Melinda-No eres la única que piensa así.
-¿Y qué pasa con los demás? ¿Por qué no lo dicen en voz alta?
-Por miedo...Por respeto...No lo sé, Charlie.
Melinda abrazó a su prima.
Charlotte rompió a llorar.
Se odiaba así misma. Apoyó su cabeza en el hombro de Melinda y sacó fuera todo lo que había en su interior. No estaba furiosa con Alexander por haberle escrito.
Él quería encontrarse de nuevo con ella. Naturalmente, Charlotte no pensaba acudir a aquel encuentro.
Era mentira. Deseaba volver a verle. Deseaba volver a estar con él.
-Deberías ir a verle-propuso Melinda-Habla con él. Cuéntale todo lo que sientes.
-¿Te has vuelto loca?-se escandalizó Charlotte.
-Honestamente, creo que cometerás un terrible error si no vas a su encuentro. Quieres estar con él. Lo amas, Charlie. Puedes engañarte a ti misma, prima. Pero no puedes engañarme a mí. No te cases con lord Craft amando como amas a ese joven. Siempre has dicho que yo era la más cabezota de las dos. Creo que ese honor lo ocupas tú, Charlie.
-Insisto. Te has vuelto loca.
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